30-12-2017
La mitología ofrece ejemplos bastante frecuentes de mujeres que, por diversas circunstancias, viven en una cueva, o bien salen de las entrañas de la tierra o tienen algún tipo de conexión con el inframundo. Suelen ser personajes dotados de unas características singulares, que llevan una vida asocial y que llegan a ser considerados mágicos o sobrenaturales por quienes viven en el entorno. El hecho de parecer diferentes y comportarse de forma anormal hace que se les atribuya un origen legendario, muchas veces ligado a antiguas razas de las que se desconoce casi todo o relacionado con etnias que han desaparecido dejando misteriosos rasgos cuyos paradigmas alimentan relatos fabulosos. En toda la mitad norte de la península ibérica se localizan leyendas sobre moras que habitan en oquedades y guardan tesoros, escondidos allí por sus antepasados. Quien pretende sacar esos tesoros a la luz recibe un castigo ejemplar, así como quien escucha los cánticos, similares a lamentos, de las moras guardianas que suelen bajar al río o a una fuente a por agua en determinadas noches. Todas esas fábulas parece estar basadas en una relación telúrica subterráneo-fuente o refugio-manantial, vínculo primitivo propiciado o alimentado por el recuerdo vago de unos habitantes que tuvieron que esconderse en circunstancias de persecución o peligro, lo que les obligó a guardar maravillosos tesoros y fórmulas secretas exclusivas de esa civilización o de ese colectivo. Durante mucho tiempo el cristianismo alimentó cuentos sobre los moros que llevaban consigo de un lugar para otro la esotérica receta para hacer el hierro, o de los gitanos, cuyas mujeres eran capaces de adivinar el futuro y conocían desde tiempos bien antiguos el secreto del fuego. En algunas zonas cercanas a los Pirineos todavía se conservan relatos en los que Roldán aniquila a los «mairiac» o moros y los pocos que se salvan, confundidos y dispersos, van ocupando algunas grutas donde se protegen. Las piedras y los cantos están ligados habitualmente a los «encantamientos», y la etimología popular, para forzar aún más el vínculo, da al binomio canto-encanto tanta importancia como los antiguos habitantes de la península dieron a los menhires antropomorfos. Las serpientes, los lugares montañosos, las fuentes, las ermitas, las enigmáticas estatuas de piedra y la prohibición de mirar atrás (ejemplificada en el castigo que recibe la mujer de Lot) quedan de esa forma ligados y entremezclados en expresiones populares que van pasando de unas civilizaciones a otras perdiendo en ocasiones su sentido original o adquiriendo uno nuevo cada vez que son recordados y transmitidos.