30-09-2017
El conjunto de edificaciones principales y secundarias que representan y constituyen la arquitectura rural, ha sido estudiado desde hace más de dos siglos por diferentes especialistas, indagando cada uno de ellos en aspectos particulares de ese conjunto y tratando de analizar las vertientes más significativas de su producción: los recursos de la tradición para solucionar problemas de habitabilidad o funcionalidad y la posibilidad de incorporar nuevas creaciones e ideas al estilo popular y común de cada zona. Lo vernáculo –es decir lo que ata a un individuo (proviene de la palabra verna, con que los romanos designaban al esclavo que nacía en casa de su señor)– se convierte así en un vínculo natural con la propia tierra y con los materiales que se pueden obtener de ella o de la vegetación que la cubre. Esta forma inteligente y práctica de relacionarse el individuo con su entorno le ha servido además para identificarse y ser identificado, sin olvidar que para la recolección y uso de esos elementos naturales se iban creando herramientas y enseres que necesitaban de oficios y mercados para establecer relaciones entre gremios, o entre los propios integrantes de esos gremios y quien solicitara su concurso. Finalmente, para las grandes obras de uso común como puentes, templos o construcciones públicas, se demandaba la intervención de un arquitecto o de un maestro de obras que, o bien recurría a principios constructivos considerados «clásicos» o históricos, o bien tomaba de la propia inventiva o del estilo popular los fundamentos para la nueva edificación que casi siempre encajaba admirablemente dentro del conjunto existente con anterioridad. Difícil separar una catedral gótica de las pequeñas casas y callejuelas que la rodeaban, y más difícil aún disociar un puente del paisaje en el que quedaba enmarcado. Imposible olvidar que la fuerza telúrica de algunos lugares propiciaba el emplazamiento estratégico de pequeñas ermitas que parecían emerger de la propia tierra. Esta sabiduría y este respeto a la historia colectiva iban edificando sin artificios una auténtica identidad, asentada sobre los sólidos pilares de un estilo aceptado y de un gusto común.