Joaquín Díaz

EDITORIAL


EDITORIAL

Revista de Folklore

Los papeles efímeros

30-01-2014



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Los archiveros y bibliotecarios ya hablan de MNL (Material No Libro) para definir todo aquel
papel que no reúne las características exigidas para ser un libro. Preparan, asimismo, unos
catálogos adecuados que sean capaces de integrar todos los materiales que ya estaban en
las bibliotecas y que, o no se habían clasificado correctamente o se habían añadido de forma
forzada a otras secciones. Nos referimos —porque así lo hacen los bibliotecólogos— a publi-
caciones periódicas, a grabaciones sonoras, a materiales cartográficos, a manuscritos, a microformas,
a materiales gráficos y a impresos tales como programas de mano, naipes, pliegos de cordel, aleluyas,
cuadernos, fichas, facturas, boletines escolares, papeles de cartas comerciales, cómics y tebeos, ca-
lendarios y almanaques, paipáis, librillos de papeles de fumar, etiquetas, prospectos, tarjetas postales,
tarjetas troqueladas, pruebas de imprenta, cromos, felicitaciones de Navidad, cajas de cerillas, tarje-
tas de visita, recordatorios de acontecimientos y efemérides, entradas de espectáculos, anuncios de
productos comerciales, billetes de lotería, papeles secantes con publicidad, partituras y un etcétera
tan largo que necesitaría —que necesitará— mucho tiempo y esfuerzo para ver completada la lista.



Estos papeles, a los que se suele denominar «ephemera», no eran tan efímeros como se suponía.
Es decir, que por mor de las propias características del papel, que lo hacían estético, curioso o intere-
sante, la intención transitoria del impreso quedaba anulada, conservándose y aun apreciándose tanto
como cualquier libro de texto. Recordaremos, porque viene a cuento, que los papeles que extraemos
todos los días de nuestro buzón y que rompemos o arrojamos inmediatamente a la papelera entrarían
dentro del material no-libro con el mismo derecho que nuestro recordatorio de primera comunión o
la esquela del abuelo, esa que tuvimos que mandar por correo en un sobre con ribete negro a algún
familiar ausente para advertirle del fallecimiento de su pariente. Ni todos los libros dicen cosas sabias
o recomendables ni todos los impresos no-libros merecen ser coleccionados, por supuesto. Lo que se
evidencia, sin embargo, es que ese tipo de papel ha estado presente en nuestras vidas con más fre-
cuencia e intensidad que el otro —el encuadernado y bendecido por los sabios— ya que su liviandad,
su carácter fungible o la temporalidad de su contenido no menoscabaron en absoluto su belleza o su
interés como objeto coleccionable. Es más: a veces esos papelitos aparentemente intrascendentes se
colaban dentro de las páginas de sus hermanos mayores como ratificando su pertinencia y demostran-
do sus virtudes. Raro es el libro que no contiene entre sus páginas algún marcador, alguna estampa,
algún recordatorio o alguna tarjeta como aviso papirográfico con un significado solo comprensible
para su introductor: hasta aquí llegué leyendo o hasta aquí había llegado cuando se presentó Fulanito;
aquí señalé este párrafo por aquella razón o aquí dejé aquel recuerdo que marcó mi vida...



Cuántas preocupaciones, emociones, alegrías e ilusiones; cuántas esperanzas y decepciones en
tan escaso espacio y en material tan leve. Cuántos conocimientos y noticias transmitidos a través de
esos pliegos impresos que resumían un acontecimiento o sencillamente lo inventaban para hacernos
soñar. Cuántos materiales arrimados para construir el edificio de nuestra cultura... Porque en el fondo
se trata de eso: de construir un edificio que nos represente, que refleje nuestras aspiraciones, que se
haga eco de nuestros conocimientos y en el que, además, podamos sentirnos cómodos.