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El "informante" o narrador, que en algunas civilizaciones llegó a tener una índole casi sagrada, ha ido perdiendo en los últimos tiempos parte de su categoría; el rango que ostentaba en otras épocas debido a su experiencia y conocimientos o a la importancia y funcionalidad de lo transmitido, ha entrado en decadencia por varias razones:
I. La inexistencia de un premio o castigo (tan frecuente en tribus de cultura primaria o exclusivamente oral) para el que conservara o no la tradición (premio que en nuestra civilización consistiría en la aceptación y reconocimiento públicos de la memoria o facilidad de aprendizaje que tuviese quien transmitía).
2. La pérdida de la jerarquía ejercida en el medio rural por ancianos y ancianas durante siglos, que ha traído aparejado el debilitamiento de todo lo que su figura representaba y su sustitución por otros valores, aparentemente más atractivos.
3. El desinterés general (a nivel individual y social) por la cultura como elemento integrador de la formación humanística.
Todas estas circunstancias y algunas otras inciden en la variación del comportamiento seguido por estos informantes. Recelosos en algunos casos y avergonzados de su propio conocimiento (que sospechan improcedente o anacrónico) en otros, guardan para sí los recuerdos y sensaciones vividos en su juventud. El narrador, caracterizado casi siempre por ejercer su misión sin ningún tipo de dudas (comprendiendo lo transmitido aunque no llegara a analizar su significado o simbolismo) parece haber tomado otra postura ante una sociedad que no aprecia la significación e importancia de esa tarea secular. En cualquier caso, la situación modifica la actitud del informante ante el recopilador y obliga a éste a variar sus métodos de encuesta, sensibilizándose más ante el problema humano y social que tales cambios plantean.