30-06-2012
La aparición de las “nuevas mitologías”, apoyadas por medios tan poderosos como la televisión o el cine y basadas en obras literarias de reciente creación, plantea de nuevo la eterna necesidad del ser humano de inventar mitos para su existencia. Carl Jung pensaba que tenemos una propensión a crear símbolos y atribuía a los sueños el papel de compensadores de una realidad incómoda o catalizadores capaces de explicar las necesidades del individuo: «No se trata de representaciones heredadas, sino de posibilidades heredadas de representaciones. Tampoco son herencias individuales, sino, en lo esencial, generales, como se puede comprobar por ser los arquetipos un fenómeno universal». Freud llamaba a esas imágenes, análogas a los mitos primitivos, “remanentes arcaicos”. En cualquier caso, parecen reminiscencias de modelos muy antiguos a través de los cuales se expresaban algunas comunidades y justificaban su comportamiento. La sociedad tomaba así como ejemplo a héroes construidos sobre los valores que tenía o quería tener esa misma sociedad. En buena parte, esos valores iban construyendo el perfil del héroe al que se quería imitar.
Durante la Edad Media, hay personajes, como el Cid o Bernardo del Carpio que entrarían dentro de esa categoría. En realidad no sabemos bien si el héroe Bernardo, por ejemplo, deja de pertenecer a la Historia en un momento dado para entrar por derecho propio en el mundo de lo legendario o si procede de él directamente a través de algunas crónicas. El hecho es que va completando su biografía escasa gracias a textos escritos fundamentalmente en los siglos XVI y XVII -pero también en el XVIII y XIX- cuyo conjunto combina las hazañas más sobresalientes de su vida con determinadas circunstancias legendarias, asimismo atribuidas a otros personajes heroicos europeos, lo cual contribuye a darle un carácter más universal.
Por todo lo anteriormente dicho y pese a que hoy no están de moda muchas de las aspiraciones de Bernardo podríamos inclinarnos a pensar que es un héroe absolutamente necesario y ejemplarizante porque necesarias son sus virtudes en nuestra sociedad: espíritu de sacrificio, esfuerzo impagado, discreción, templanza, sentimientos nobles. Gabriel Lobo y Lasso de la Vega, gran creador de romances de fines del siglo XVI, atribuye al héroe una de esas cualidades espirituales en uno de sus textos cuando escribe:
Un latiente corazón / puesto en un puño cerrado
por toda parte oprimido / roja sangre destilando
y un letrero que decía: / “Romper tengo de apretado”.
Hermosa divisa para un emblema modelo: el corazón roto por un empeño digno e intachable.