Joaquín Díaz

EDITORIAL


EDITORIAL

Revista de Folklore

El oficio de pastor

30-11-2010



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El oficio de pastor, pese a la consideración de que disfrutó desde los tiempos bíblicos hasta la edad media –todavía en los siglos medios se hablaba del bondadoso pastor Abel frente al impío Caín, el labrador–, ha venido perdiendo estimación social de forma injusta a todas luces con el paso del tiempo. En medio de este ambiente de rebaños, rabadanes y lobos no es muy extraño que se desarrollaran creencias legendarias como la siguiente: se cree que la persona que nace la noche del 24 de diciembre tiene muchas posibilidades de ser lobishome, es decir, hombre lobo, y ello porque las fuerzas de la naturaleza, distraídas por el hecho solemne y repetido cada año del nacimiento de Cristo, no atenderán con el suficiente interés el momento de dar a luz a otras personas y éstas quedarán a medio camino entre lo animal y lo humano. Otras tradiciones, por el contrario, creen que el hecho de nacer en la misma fecha en que lo hizo Jesús concederá una gracia especial a quien tenga la suerte de ser alumbrado esa noche y así será zahorí o adivinador de los lugares en que se encuentran tesoros ocultos. Otros dicen que tendrá el poder de pasarse una plancha de hierro por la lengua sin sentir dolor o de caminar sobre el fuego sin experimentar daño alguno; incluso podrá curar la rabia, sanar las verrugas y acabar con cualquier enfermedad del ganado. En cualquier caso, sea saludador o zahorí, su poder nace del hecho de que la naturaleza, la noche del 24 de diciembre, se está quieta, se suspende, y todo su poder se concentra en determinadas personas que en ese momento están naciendo. Esta creencia es muy antigua y proviene probablemente de las narraciones y leyendas apócrifas que dicen que todas las cosas se pararon en el mundo durante el nacimiento de Cristo, silenciosas y atemorizadas. En el Protoevangelio de Santiago dice José: «Y yo, José, avanzaba y he aquí que dejaba de avanzar. Y lanzaba mis miradas al aire y veía el aire lleno de terror. Y las elevaba hacia el cielo y lo veía inmóvil y los pájaros detenidos. Y las bajé hacia la tierra y vi una artesa y obreros con las manos en ella, y los que estaban amasando, no amasaban. Y los que llevaban la masa a su boca, no la llevaban sino que tenían sus ojos puestos en la altura. Y unos carneros conducidos a pastar no marchaban sino que permanecían quietos, y el pastor levantaba su mano para pegarles con la vara y la mano quedaba suspensa en el vacío. Y contemplaba la corriente del río y las bocas de los cabritos se mantenían a ras de agua y sin beber. Y en un instante, todo volvió a su anterior movimiento y a su ordinario curso».

Finalmente hay quien piensa que el poder de curar lo concede expresamente el niño Jesús, que ya llegó a este mundo realizando prodigios. Se cuenta en el evangelio apócrifo del Pseudo Mateo que San José, a punto de dar a luz María, salió de la gruta en busca de ayuda regresando con dos parteras llamadas Salomé y Zelomi. Salomé intentó tocar a la Virgen y su mano quedó seca al instante; entonces se acercó al niño, le adoró y tocó los pañales en que estaba envuelto, volviendo a recobrar la normalidad su mano.