30-11-2009
Entre las leyendas que se han difundido sobre el emperador Carlos V, una de las más interesantes se refiere a su pasión por los relojes y por su mecanismo, pasión probablemente acrecentada por haber tenido cerca de sí al gran inventor Juanelo Turriano. Aunque todos los relatos difundidos y popularizados han quedado suficientemente desautorizados por investigaciones recientes (Nicolás García Tapia en su libro Tecnología e imperio es terminante: ni los pájaros voladores ni el hombre de palo “podían existir, dados los medios tecnológicos de la época”), queda sin embargo la imaginación y el gusto por las historias en que el ser humano es sustituido o imitado por autómatas. Una leyenda toledana hace alusión a un monje de madera creado por Turriano, que era capaz de moverse por la ciudad, de pedir limosna por las calles e incluso de acercarse al palacio arzobispal para solicitar su comida diaria. La misma leyenda supone a Carlos V engolfado en sus juguetes, alguno de los cuales era capaz de tocar el tambor o la trompeta. La historia documentada sí que cuenta la importancia de Juanelo en el retiro del emperador en Yuste, donde por deseo del emperador se hizo habilitar un pabellón para disfrutar plenamente de los relojes y autómatas a los que el monarca dedicaba casi todo el día y sus mejores desvelos. Sin embargo en los inventarios no aparecen esos autómatas tan supuestamente perfectos, lo que da pie a pensar que, o bien estuvieron más en la imaginación popular que en la corte o bien escaparon por sus propias patas de palo lejos de aquélla al fallecer su dueño.