30-09-2009
Las creencias religiosas, y su elevación al estadio público por conveniencias de poder, han marcado la historia de Europa. Podría decirse que el edicto “Cunctos populos”, dirigido por el emperador hispano Teodosio al pueblo de Constantinopla, marcó una orientación definitiva a las relaciones del imperio con la religión cristiana, a pesar de lo cual unos años después (en el 390) todavía tendría lugar la masacre de Tesalónica –más de 7.000 personas muertas, según las fuentes– que forzaron a Teodosio a convertirse en un auténtico intransigente con el paganismo para obtener el perdón de San Ambrosio: “Queremos –decía el edicto– que todos los pueblos que son gobernados por la administración de nuestra clemencia profesen la religión que el divino apóstol Pedro dio a los romanos, que hasta hoy se ha predicado como la predicó él mismo”. Esta forma de predicar y los ritos que la acompañaban, es decir la liturgia, comenzaron a tomar forma oficial al permitirse a los cristianos la construcción de templos y normalizarse las creencias de muchas personas, primero en el espacio que hoy conocemos como Europa occidental y después en la Europa del centro y del oriente. Un siglo después un bárbaro (es decir una persona que hablaba un lenguaje ininteligible), Odoacro, es nombrado rey de la romania y decide, como primer acto político de su incierto reinado, entregar los estandartes imperiales al soberano de oriente, Zenón, para demostrar que el futuro del continente no era cosa suya. Desde ese momento hasta otro acontecimiento crucial pasaron aproximadamente cuatrocientos años: en el siglo IX, dos nietos del emperador Carlomagno, Carlos el calvo y Luis el germánico redactan un documento, conocido como “Los juramentos de Estrasburgo” en el que, apelando a elevados sentimientos –“pro deo amur et pro christian poblo”, dice el escrito (o sea por amor de Dios y por el pueblo cristiano)– se comprometen a no ir el uno contra el otro ni confabularse con otro hermano, Lotario, para desestabilizar los territorios propios. El documento es una muestra evidente del funcionamiento de los reinos y estados de Europa durante los últimos mil años: no iré contra ti porque no me interesa, pero tú te comprometerás a no atacarme porque un convenio redactado en “negativo” te lo impide. Un siglo después de “Los juramentos” se crea el Heiliges Römisches Reich o sacro imperio romano, que marcará la política europea hasta Napoleón: relaciones imposibles entre emperador y nobles, es decir entre poder central y poder territorial. Los comienzos del siglo XIX fueron testigos del resultado de una nueva sociedad en la que la industria y los derechos del individuo fueron las bases sobre las que se asentaron las exigencias sociales del siglo XX. Un conflicto permanente en el que las obsesiones por determinados valores y los liderazgos caprichosos pudieron más que el sentido común.