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Hasta épocas relativamente recientes, hemos venido escuchando una y otra vez opiniones (enfatizadas por los políticos de turno) acerca del "nivel de vida"; tal frase venía a significar, poco más o menos, que nuestra existencia, merced al progreso de la sociedad industrial, podía alcanzar determinadas cotas o niveles cuya altura dependería del mayor o menor número de bienes de consumo adquiridos y disfrutados. Un nivel de vida aceptable, pues, consistiría en poseer un buen coche, ser propietario de un piso en una ciudad, y llenar éste con un sinfín de electrodomésticos, aparatos destinados a hacer más fácil y cómoda la vida del ciudadano. Repito que éste ha sido durante dos décadas el único horizonte hacia el que han dirigido sus miradas millones de españoles, tanto de la ciudad como del medio rural, y la única salida válida para el futuro.
Parece que el tiempo y algunas situaciones críticas han venido a deteriorar el precioso juguete que se nos había ofrecido, mientras los "niveles" están estancados (o bajando) y se cuestiona si la posesión de unos simples bienes materiales compensa tanto sacrificio, desarraigo, desambientación y esfuerzo realizados. Es el momento en que cabría preguntarse si no sería más lógico hablar de "calidad de vida" que de "niveles , entendiendo por tal un tipo de existencia en que el placer de lo bien hecho o un retorno a las fuentes de producción y a las labores de artesanía, nos dieran una medida más real y humana de nuestro paso por la Tierra. Hace días comentábamos con un amigo labrador, quien todavía posee un horno que ha decidido utilizar una vez al mes para cocer el pan amasado con sus propias manos, que en estos momentos es un privilegiado por haber sabido esperar; por no apresurarse a acudir a la engañosa llamada de la ciudad. El tiene a su alcance una serie de posibilidades ya vedadas para todos los ciudadanos (hacer matanza o pan, jugar a la calva o la tanga sin necesidad de reservar pista o campo alguno, ni esperar turno...) mientras que si no desea hacer uso de tales prerrogativas, puede acudir a una panadería o una carnicería como un ciudadano más. La máscara del "paleto" , vejatoria e insultante, tópico fácil al que se recurría cada vez que se necesitaba denostar un tipo de vida secular al que se pretendía sustituir por otro más "moderno y "progresista", se está cayendo. Y seguramente de risa.