28-02-2006
Es bien conocida la crisis que experimenta la sociedad europea desde los albores del siglo XIII, con el quebrantamiento progresivo de una cultura hecha de hierro y cristal, pero es a partir del siglo XV cuando comenzarán a diferenciarse los códigos de la oralidad y la escritura, la memoria iniciará su trasvase a la biblioteca o al archivo y el lenguaje vulgar se normalizará en reglas más precisas y constringentes.
Algo de ese cambio, de ese giro ya apreciable hacia la seguridad de los signos pero también hacia la vulgaridad y la medianía, intuye Raimon Vidal de Besalú cuando escribe en su obra El arte del juglar: “Os dije que añadiría algo más de por qué se ha perdido así el valor, la alegría, la buena conversación, el mérito y el honor… Debéis conocer que en el mundo no hay un saber ni un oficio tan estimado por los hombres discretos (aunque haya muchos locos que lo practican) como la juglaría. Ésta pide que sus mantenedores sean alegres, francos, de gran conocimiento y sabedores de dar placer a todos y a cada uno conforme a sus respectivos gustos. Pero ahora aparecen gentes de fríos saberes, locos malvados e ignorantes, que piensan hacerse respetar sin más sentido común que sus estupideces… Yo no digo que no se pueda engastar una esmeralda en un estanque, pero su sede natural es el oro, de la misma manera que el engaste natural del saber es el sentido común. Aquel que está a gusto entre los ignorantes y a quien no le importa desconocer cómo se canta y se compone, piensa que todo lo demás, incluso lo que Dios no pudo soportar un solo día, es igual de fácil”. Y recalca Guiraut Riquier: “Ahora estamos en una época que ya dura mucho tiempo, en que cierta gente se ha promocionado sin tener juicio ni saber nada de hechos o de dichos apacibles,… que toman actitud de cantar, de componer o de tocar instrumentos sin que debieran hacerlo, sólo porque se les dé algún dinero, por envidia de los buenos”.
Sin embargo, dejando aparte ese temor clarividente de unos pocos que auguran la llegada de un mundo más materialista y menos cortés, ni se puede decir que la creatividad y la sabiduría de los siglos descritos sea exclusiva de esa época –tan proclive a transmitir los conocimientos por vía oral–, ni menos aún que se paralice totalmente su actividad a partir del ocaso de la edad media.