30-07-2005
Se cumple este año –y la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales está preparando una exposición sobre la figura central del tema– el décimo aniversario de la muerte de un gran pensador, Julio Caro Baroja, quien probablemente hubiese tenido mayor predicamento de haber nacido en otro tiempo y en otro lugar. Su trabajo, sin embargo, aún despierta un gran respeto y un gran afecto pues, pese al tiempo transcurrido, muchas personas seguimos acercándonos a él como el infante que busca exigentemente en su progenitor la respuesta cierta para cada cosa. Don Julio era siempre paño de lágrimas para quien deseara una orientación, una bibliografía, aunque raramente su respuesta pareciera un consejo. Caro Baroja se quedaba mirando a sus jóvenes interlocutores con esa media sonrisa que hacía que su boca apuntase hacia arriba, y contestaba con jugosas incertidumbres, con otras preguntas más inteligentes, mientras seguramente estaba pensando por dentro: “Este pollo –porque Don Julio era de los que a veces llamaban pollos a los jóvenes y pollitas a las jóvenes–, este pollo se debe pensar que no se me ha ocurrido antes a mí eso que me acaba de decir…”. Por encima de tantas cosas que aprendimos en sus escritos, el recuerdo nos trae su actitud vital repleta de dudas pero también de respeto hacia los demás sin perder jamás la independencia de criterio. Mirada imprescindible la suya para comprender la historia de España y la convergencia de sus gentes.