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Algunos mitos antiguos, sin duda de origen religioso, advierten, desde el instante mismo en que el ser humano reconoce su capacidad para mejorar, acerca del peligro que encierra la búsqueda del conocimiento y más aún el anhelo de la sabiduría. Esos mitos estarían representados dentro de la civilización judeo cristiana por la torre de Babel y por la búsqueda del Grial. La torre de Babel, como símbolo del efecto que podría causar en una sociedad establecida sobre normas (lingüísticas, morales, convivenciales) el hecho de relacionarse con otras comunidades y otras culturas, amenazando el orden, alterando la identidad, haciendo tambalearse en suma los principios básicos de la personalidad colectiva. Probablemente el mito está enraizado en el origen mismo de los oficios, de las artesanías y del desarrollo de léxicos propios con el consiguiente riesgo de incomprensión entre unos gremios y otros. El Grial, como leyenda en la que se mitifica la búsqueda de lo elevado y se limita su acceso sólo a quien descubra la magia de la sencillez y de la humildad, dudándose siempre de que ese acceso pueda ser colectivo: cuenta dicha leyenda que un rey, poseedor del vaso sagrado sobre el que Cristo instituyó el sacramento de la eucaristía, se halla aquejado de un mal terrible que seca, paraliza y esteriliza todo a su alrededor. Su reino, tocado por la muerte, languidece inexorablemente hasta el momento en que Parsifal, infatigable buscador de lo imposible, llega ante el rey. Mircea Eliade, al analizar este mito y sus significados, escribe: “Sin tener en cuenta el ceremonial cortesano, se dirige directamente al rey y sin ningún preámbulo le pregunta al acercársele: ¿Dónde está el Grial?… En el mismo instante todo se transforma. El rey se alza de su lecho de dolores, los ríos y las fuentes vuelven a correr, renace la vegetación, el castillo se restaura milagrosamente. Las palabras de Parsifal habían bastado para regenerar la naturaleza entera, Pero es que estas pocas palabras eran el problema central, el único problema que podía interesar no sólo al rey pecador sino al cosmos entero. ¿Dónde se halla lo real por excelencia, lo sagrado, el centro de la vida y la fuente de la inmortalidad? ¿Dónde estaba el santo grial? A nadie se le había ocurrido hacer esta pregunta central antes de que la hiciese Parsifal, y el mundo perecía por esta indiferencia metafísica y religiosa, por tamaña falta de imaginación y por tal ausencia de deseo de lo real”.
Los dos mitos, originados en tiempos pretéritos, reflejan sin embargo problemas eternos: el peligro del conocimiento para el alma del ser humano (porque la adquisición de ese conocimiento le hace progresivamente más consciente de su debilidad y le “aleja” de la sociedad y de quienes la controlan) y la esterilidad de una existencia carente de imaginación y de esfuerzo. En ambos casos, sin embargo, el principio es idéntico: ese esfuerzo del individuo y los pasos dados para mejorar el conocimiento de si mismo le producen temor y desasosiego porque le alejan de la seguridad y le enfrentan al entorno o a la realidad, pero también producen alarma social en cuanto que pueden desmembrar esa sociedad o debilitarla.