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Se prepara una edición integral de la obra grabada de Agapito Marazuela. Marazuela consiguió ese admirable estado, reservado a una escasísima minoría, en el que vida y oficio se mezclan y confunden en armonía, contribuyendo a perfilar o completar la integridad de una persona. Agapito fue un hombre íntegro a quien se obligó, más a menudo de lo necesario, a mostrar y demostrar que su vida estaba firmemente asentada sobre unos principios éticos en cuyas esencias basaba la seriedad de su carácter y la fuerza de su comportamiento. Además de eso, que ya lo hubiese convertido en un ser especial, Agapito era un hombre enamorado de su oficio y convencido de la importancia social y humana que la defensa de ese oficio podría tener en la sociedad de su tiempo y en la prolongación natural de sus resultados. Con un orgullo inusitado, Marazuela pregonaba la dignidad del músico en el mundo rural y la necesidad de prepararse más y mejor para responder con propiedad a la llamada del Arte. Sólo de ese modo se explica su defensa casi en solitario de la tradición y de su patrimonio, frente a una sociedad preocupada por otros temas mucho más banales y prosaicos. La postura personal y profesional de Agapito, sin fisuras ni vacilaciones, salvó muchas formas antiguas del olvido injusto y preparó el natural advenimiento de otras generaciones que no vieron ya en lo patrimonial el aparente castigo de la historia, sino el mejor premio a la fidelidad de la sangre. Entonces como ahora Agapito Marazuela fue un ejemplo impagable, un bastión inaccesible a los caprichosos ejércitos de la novedad, una figura heroica en cuyo espejo siempre limpio puede mirarse quien crea en el reflejo de la identidad y en la cualidad del conocimiento