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A mediados de noviembre se celebró en Zamora una reunión de especialistas en arquitectura popular y paisaje. Como no podía ser menos, muchos temas de los que preocupan a esa pequeña parcela de la sociedad sensibilizada con el equilibrio entre desarrollo e identidad, salieron a relucir y se debatieron ampliamente. Por unanimidad se aceptó la idea de que una legislación adecuada es imprescindible, pero también el hecho de que la sociedad tiene un pobrísimo concepto de su patrimonio y hace una valoración equivocada de cuál es ese patrimonio o para qué le sirve. En efecto, repasando la teoría del efecto devastador de un turismo que depreda –ese que quiere imponer sus formas culturales y considera los lugares que visita como tierra conquistada-, también se reconoció que, en la mayor parte de las ocasiones son más depredadores los invadidos que los invasores: aquel mismo desprecio por lo propio a que antes aludíamos incide en la actitud que muchas personas observan hacia las formas populares, los conjuntos o el paisaje; prefieren pasar por “modernos” o por progresistas antes que defender lo que les identifica pues lo consideran caduco o vergonzoso. Muchas actuaciones individuales en este sentido pueden llegar a crear – de hecho se ha creado- una situación preocupante y aparentemente irreversible en la que ya no son punibles actitudes claramente antisociales y atentatorias contra el patrimonio común. Sería deseable una postura decidida para evitar con normativas claras la innecesaria pérdida de ese tesoro, al tiempo que se toman medidas para educar y sensibilizar a las nuevas generaciones con visiones más generosas y positivas sobre éste y otros temas similares.