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Muchas personas se preguntan si la tendencia en el
individuo a preservar los conocimientos del pasado es un
mecanismo de defensa, una inclinación genética o un
sentimiento de responsabilidad. El primer supuesto nos
situaría ante un sistema según el cual, el abandono de las
experiencias previas sería un grave error para el ser
humano y el colectivo en el que vive. El segundo concepto
tendría que ver con la impresión de aquel sistema en los
genes, para proteger la especie de desviaciones cuyo resultado
se conoce y se teme. La tercera posibilidad tiene más
que ver con el voluntarismo del individuo y le facultaría
para actuar en la medida de sus deseos sobre un legado
secular cuyo uso y manipulación le competen. En cualquiera
de los casos, los conocimientos que la memoria y la
tradición nos han aportado constituyen un bagaje cuya
utilización está más justificada por la lógica que por cualquier
sentimiento de respeto o de nostalgia hacia el pasado.
La adopción de recursos que funcionaron bien para la
resolución de problemas humanos o técnicos en otros
tiempos no le eximen, sin embargo, de la responsabilidad
de reflexionar sobre el contenido de aquellos mismos
recursos y de sustituirlos cuando ello sea necesario.