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La afición despertada en los últimos años entre los habitantes de las ciudades hacia el uso y disfrute del medio rural, ha llevado a muchas personas a crear empresas y asociaciones que tratan de aprovechar ese flujo para fines preferentemente comerciales o económicos. Los negocios montados alrededor de monumentos, bienes artísticos o patrimonio natural, no suelen beneficiar al motivo principal de la afluencia, que queda así sometido a una explotación espuria cuyos resultados ya comienzan a sentirse. Es probable que se requiera una educación previa, una deseable tradición de respeto hacia todos esos bienes, que nos aclare definitivamente cuáles son nuestros deberes para con ellos antes de que se nos ocurra pensar siquiera en el partido que podemos sacar de los mismos. Bosques, humedales, montes y corrientes de agua se ven hoy día invadidos, azotados, torturados y manchados por gentes que desconocen o ignoran voluntariamente el resultado de su acción. Y no olvidamos que previamente a todo esto, o tal vez como preparación al actual auge, había desaparecido el respeto a la naturaleza entre los propios habitantes rústicos, que eran quienes más obligación tenían de mantenerlo, por convivir con ese entorno y depender en buena parte de su relación con él. El desprecio al pasado y al patrimonio, protegido y alentado por la propia sociedad en las últimas décadas, tiene ahora su fruto. O se detiene con una urgente reeducación o las consecuencias serán irreversibles.