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La invención y rápida propagación del fenómeno llamado Internet, nos hace reflexionar sobre las posibilidades que esa vía de comunicación ofrece a determinadas parcelas de la cultura como la que ocupa la tradición, por ejemplo. Es cierto que, por ahora, Internet sólo es una fuente de información -información universal, desde luego- pero ya ese hecho ha transformado toda la situación anterior en que los conocimientos enciclopédicos estaban condicionados por el idioma o controlados por intereses educativos o ideológicos no siempre claros. La oportunidad de acceder directamente a museos, centros de investigación, bibliotecas, fonotecas, asociaciones culturales, artistas y quién sabe cuántas personas y entidades mas, ha situado a cualquier ser humano del llamado primer mundo en condiciones de recibir, seleccionar y hasta asimilar tal cantidad de información como nunca pensó que existiera. Esta es una opción que, en sí misma, no supone mejora ni retroceso a medio plazo (los saberes están almacenados con más posibilidades de acceder a ellos). Tal vez del uso o abuso de aquella opción se deriven problemas que ahora sólo se apuntan como posibles: globalización más o menos forzosa de las culturas en detrimento de las costumbres y conocimientos autóctonos; deshumanización de las expresiones colectivas por la pasividad del individuo ante ellas y su recelo a participar en hechos culturales que le signifiquen o le diferencien; artificiosidad de esos mismos hechos, cada vez más distantes de una deseada naturalidad...