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A las brujas, esos seres a medio camino entre lo humano y lo sobrenatural de cuyas actividades se nutrieron con igual facilidad procesos inquisitoriales y narraciones populares, se les atribuían múltiples poderes, no siendo el menor el de su capacidad para dominar los elementos a voluntad. Los desplazamientos por el aire -recordemos la imagen más común, la de la vieja montada en una escoba que surca el cielo- han llegado hasta nuestros días convertidos en un tópico del que ni siquiera las nuevas generaciones se han atrevido a prescindir. Precisamente una de las creencias que ha subsistido en casi toda la Europa del Norte y que cualquier habitante del medio rural recuerda, es la de los remolinos de polvo, tan frecuentes en el campo, atribuidos a hadas o brujas y que todavía reciben popularmente este nombre. En muchos lugares se piensa que cuando las brujas cambian de casa, trasladándose en grupo o en familia, levantan estas columnas circulares que van arrastrando cuanto de liviano encuentran en su camino. Tradiciones antiguas recomendaban saludar con respeto a esas nubes pasajeras para evitar un mal mayor cual podía ser el de verse arrastrado por el mismo remolino o padecer un aojamiento incurable.