01-02-2022
La contemplación de esta antigua fotografía, tomada en plena faena de aventar el grano en una era de Mayorga, me ha sugerido algunas reflexiones relacionadas con nuestra actual situación de crisis. Es probable que los lectores de esta Revista, Vive Disfrutando, se hayan dado cuenta de que el propio título de la útil y entretenida publicación, que contiene un gerundio, sugiere movimiento y que éste es inherente a la propia vida. Los protagonistas de la foto, correctamente ataviados con blancas camisas, chalecos y pantalones de pana, parecen estar esperando la orden del mayoral (“del viejo, el consejo”) para poner en movimiento los garios, echar al aire el trigo y que el grano se separe de la paja.
Primera lección: aprendamos a discernir, a seleccionar aquellos conocimientos que habrán de servirnos, a elegir de entre todo aquello que nos suceda, solo lo positivo. No siempre tendremos la suerte de encontrarnos con buenos mayorales y mucho menos con unos consejos sensatos, así que habremos de sentirnos afortunados y aprovechar la circunstancia si todo es propicio.
Al pobre Gerundico, el divertido protagonista de la Historia del famoso predicador Fray Gerundio de Campazas, alias Zotes, la genial y divertida obra del Padre Isla, le tocó un maestro cojo y pendolista que le enseñó a caminar torcidamente por la senda de la sabiduría. Tan torcidamente, que obligó a creer al pobre niño que era pecado decir palabras que empezasen por “arre”, y para demostrarlo contaba en el aula la siguiente facecia: “Yendo un padre maestro de cierta religión por Salamanca y llevando por compañero a un frailecito irlandés recién trasplantado de Irlanda que aún no entendía bien nuestra lengua, encontraron en la calle del Río muchos aguadores con sus burros delante, que iban diciendo arre, arre. Preguntó el irlandesillo al padre maestro qué quería decir are, pronunciando la r blandamente, como lo acostumbran los extranjeros. Respondiole el maestro que aquello quería decir que anduviesen los burros adelante. A poco trecho después encontró el maestro a un amigo suyo, con quien se paró a parlar en medio de la calle. La conversación iba algo larga, cansábase el irlandés, y no sabiendo otro modo de explicarse, cogió de la manga a su compañero, y le dijo con mucha gracia: «Are, padre maestro, are»; lo cual se celebró con grande risa en Salamanca”.
De hecho, yo iba a haber titulado este articulillo “Arreando que es gerundio”, pero me acordé del maestro aquel y de sus enseñanzas en el aula y me contuve. ¿Qué digo? A pesar de todo he metido la pata porque he escrito “el aula” y no la aula, que era lo que recomendaba el cojo en sus clases. Le chocaba sobremanera que al leer los textos de los procesos (fue escribiente de un notario) se dijera, por ejemplo: “María Gavilán, testigo”. “Decía que si los hombres eran testigos, las mujeres se habían de llamar testigas, pues lo contrario era confundir los sexos, y parecía romance de vizcaíno. De la misma manera no podía sufrir que el autor de la Vida de Santa Catalina dijese: Catalina, sujeto de nuestra historia; pareciéndole que Catalina y sujeto eran mala concordancia, pues venía a ser lo mismo que si se dijera Catalina, el hombre de nuestra historia, siendo cosa averiguada que solamente los hombres se deben llamar sujetos, y las mujeres sujetas. Pues, ¿qué, cuando encontraba en un libro, era una mujer no común, era un gigante? Entonces perdía los estribos de la paciencia, y decía a sus chicos todo en cólera y furioso:
-Ya no falta más sino que nos quiten las barbas y los calzones, y se los pongan a las mujeres. ¿Por qué no se dirá era una mujer no comuna, era una giganta?”.
Segunda lección: se puede cuestionar e incluso desestimar lo que nos enseñe un maestro disparatado o que equivocó la vocación. “Orate frates, no hagan ustedes caso de disparates”, que decía aquel cura loco. ¿Cuántas tonterías no habremos leído y escuchado últimamente sobre el lenguaje y el género?
Aquí vendría la penúltima reflexión: las apariencias engañan. Cuando regresa Gerundico de su paso por la escuela los padres llaman al cura del lugar para que compruebe que se habían gastado los ahorros en algo serio. El niño, lejos de haberse doctorado en la disciplina de la discreción pone en apuros al abate con una pregunta más propia de un orate y le reta a la siguiente:
“-¿Vaya otro ochavo a que no me dice usted cómo se escribe burro, con b pequeña, o con B grande?
-Hijo -respondió el buen religioso-, yo siempre le he visto escrito con b pequeña.
– ¡No señor! ¡No, señor! -le replicó el muchacho-. Si el burro es pequeñito y anda todavía a la escuela, se escribe con b pequeña; pero si es un burro grande, como el burro de mi padre, se escribe con B grande; porque dice el señor maestro que las cosas se han de escribir como ellas son, y que por eso una pierna de vaca se ha de escribir con una P mayor que una pierna de carnero.
A todos les hizo gran fuerza la razón, y no quedaron menos admirados de la profunda sabiduría del maestro, que del adelantamiento del discípulo; y el buen padre confesó que, aunque había cursado en las dos Universidades de Salamanca y Valladolid, jamás había oído en ellas cosa semejante. Y vuelto a Antón Zotes y a su mujer, los dijo muy ponderado:
-Señores hermanos, no tienen que arrepentirse de lo que han gastado con el maestro de Villaornate, porque lo han empleado bien.
Cuando el niño oyó arrepentirse, comenzó a hacer grandes aspamientos, y a decir:
– ¡Jesús! ¡Jesús! ¡Qué mala palabra, arrepentirse! ¡No, señor! ¡No, señor! No se dice arrepentirse, ni cosa que lleve arre; que eso, dice el señor maestro, que es bueno para los burros, o para las ruecas.
-Recuas querrás decir, hijo- le interrumpió Antón Zotes, cayéndole la baba.
-Sí, señor, para las recuas, y no para los cristianos, los cuales debemos decir enrepentir, enremangar, enreglar el papel, y cosas semejantes”.
Jamás me arrepentiré de haber leído al Padre Isla, y recomiendo vivamente volver al Fray Gerundio porque, por más grandes que sean las Tonterías que salen de su boca, nunca podrán compararse con las que estamos oyendo a diario de pretendidos “expertos” cuya primera y favorita frase es: “no sabemos…”. Pues señor mío, si “no sabemos” póngase a la cola con todos nosotros, que ya lo hemos confesado abiertamente y estábamos esperando a alguien que nos alumbrara, o al menos que se comportara como la burra de Balaam, que se retiró del camino prudentemente. Lo cuenta la Biblia, en Números 22-24, y no lo cuento yo porque -y esta es la última reflexión- “lo poco agrada y lo mucho enfada”.
Escrito por Joaquín Díaz para la edición nº 25 de VD, feb-mar 2022
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