26-04-2005
Tal vez el gusto por lo inmediato que preside muchas de nuestras acciones en los tiempos presentes nos impida comprender en toda su extensión uno de los principales significados del culto al árbol. Tan cierto como que nuestros antepasados veneraban algunas especies lo es también que tales especies solían ser longevas y resistentes al paso de los años. Es evidente que, en su afán por encontrar elementos que le sirviesen de referencia y diesen sentido a su presencia en la tierra, el ser humano valoró más todo aquello que le superaba en edad y vivía antes y después que él. En ese sentido, buscó prácticas cultuales que mitigasen la relatividad de su existencia y que le permitiesen venerar aquello que le sobrevivía como algo sobrenatural o, al menos, difícil de comprender. El hecho de ir dominando poco a poco la naturaleza hizo caer después al individuo en la tentación de pensar que estaba en su mano el destino y la vida de aquellas especies.
Fue el psiquiatra alemán Hiltbrunner quien inventó el Baum Test, (o prueba del árbol) experimento consistente en invitar a sus pacientes a dibujar la imagen de un árbol, sospechando que, de la esquematización de ese esbozo, podrían extraerse conclusiones para el estudio de la personalidad: siendo la copa, las ramas y las raíces representaciones de la cabeza, los brazos y los pies, bien podría vislumbrarse en el diseño resultante un “autorretrato” al natural de la persona estudiada y de su carácter. Nuestra época es, tal vez, de entre todas las que recuerda la memoria colectiva, la que ha visto con más indiferencia, y a veces con tolerante complicidad, el exterminio indiscriminado de árboles y bosques; si el Génesis dice que el árbol de la vida estaba en el paraíso ¿por qué Adán y Eva se inclinan por el del conocimiento y toman de su fruto? ¿No habría sido mejor para ellos mismos y sus descendientes probar los frutos del árbol de la inmortalidad? ¿Qué destino fatal engaña, en forma de seductora serpiente, al individuo ya desde su nacimiento? En Cochinchina, siguiendo antiguas leyendas, creían que los hombres primitivos eran inmortales porque cuando fallecían eran inhumados al pie de un árbol que les hacía resucitar; al no morir nadie, la tierra se pobló de tal manera que los lagartos no podían salir de sus madrigueras sin que alguien les pisase la cola, en vista de lo cual decidieron engañar al hombre e invitarle a que enterrara sus muertos al pie del Long Khung o árbol de la muerte...La mitología Babilónica también describía un árbol al que sólo los dioses tenían acceso...¿Para qué seguir? Hay, en Oriente y Occidente, un argumento pertinaz: el árbol, símbolo de la vida en la tierra, está protegido –al igual que las aguas, que son otra fuente de la existencia- por un ser terrible o malévolo que pretende defender su integridad. Ese ser aparece idealizado en muchas representaciones antiguas y como tal lo idealiza interiormente a través de la historia el propio ser humano para quien –aunque sólo sea en sueños- el árbol llega a significar su misma existencia (recuérdese la visión de Nabucodonosor). No es extraño, pues, que las religiones antiguas hicieran del bosque un lugar lleno de misterios y propicio para el culto; y menos extraño aún que enigmas, miedos y ensueños se encerrasen en él con arcana insistencia. Quien se adentraba en el bosque se exponía a descubrir los secretos de la vida con todas sus consecuencias.
Mucha gente me ha preguntado que porqué he puesto un título tan raro al disco que se va a presentar. Lo he tratado de explicar en el breve texto que acompaña al libreto pero no sé si habrá quedado claro: la defensa natural del árbol y de lo que significa, le sitúan a uno en este momento fuera de la sociedad, o bien le enmarcan indefectiblemente en una ONG o le convierten automáticamente en una especie en vías de extinción. Esto es terrible. En una época en la que hay tanta preocupación por el Patrimonio –entendiendo sobre todo por Patrimonio los monumentos de piedra- se olvida que también el entorno y el paisaje pueden serlo con tanto o más derecho. El amor al árbol, a los bosques, está en el origen de la vida y dar de ese amor una visión poética y musical nos puede comunicar con una mitología tan antigua como actual. Como decía antes, todos hemos sido y somos árboles cuya genealogía se puede escribir o dibujar. En cada una de las raices, tronco, ramas, brotes y hojas del árbol que acabamos de plantar, podría situar a quienes me han hecho el honor de participar en este disco. Su savia me ha regenerado cuando he tenido necesidad de ello y de eso, tan importante, quiero dejar constancia aquí.