29-05-2009
La primera vez que fui a ver jugar al Real Valladolid, allá por el año cincuenta y tantos del pasado siglo, se enfrentaba nada menos que con el Real Madrid. El partido tenía su morbo porque jugaban frente a frente los hermanos Lesmes, uno de los cuales, el recordado Paco, era vecino nuestro. Me impresionó el sonido de las botas al golpear el balón, uno de aquellos balones de superficie casi esférica y durísimo cuero que había que volver a hinchar cada vez que algún superdefensa decidido lo dejaba sin aire. Ni me acuerdo de cuál fue el resultado del partido pero me hice de corazón del Valladolid cuyos cromos ya había empezado a coleccionar con la mítica alineación: Saso, Matito, Lesmes, Losco…Los chicos de entonces nos sabíamos todo de memoria, tanto es así que cuando alguien menciona hoy un pueblo raro de España que haya sido partido judicial, me salen sin querer todos los demás que completaban la cuarteta, cuyo contenido aprendíamos en verso y al son de “Mi vaca lechera”, aquella canción que curiosamente firmaron dos Morcillos, uno la letra y otro la música. Ser un socio tan antiguo me da cierto privilegio para desearle lo mejor al club y unir mi voz, esta vez sin la cancioncilla de fondo, para gritar que viva y además en primera.