11-06-2007
Una de las fotos más espectaculares que existen sobre el deporte del tenis, tanto por la época en la que fue sacada la instantánea como por el milagroso vuelo del personaje retratado –Lily Alvarez-, nos sigue recordando que las hazañas en el juego crean héroes y que esos mismos héroes contribuyen con su afán de constante superación al desarrollo de los mitos que sobre ellos se forman. Supongo que aquella foto bastó para animarme a imitar esa especie de “salto de Alvarado” y para iniciarme en el juego del tenis a muy temprana edad. Llegaron luego los triunfos de Manolo Santana –el gran divulgador de este deporte- y mis primeros viajes a América donde pude practicar y mejorar con mi buen amigo Eric Narváez, todavía hoy profesor de tenis y todavía en activo en Minnesota. Los americanos presumen de muchas cosas pero se mueren de envidia en cuanto les cuentas que aquí ya jugábamos hace seis siglos a la pelota, que era juego cortesano y que fue evolucionando de la palma al guante y finalmente a la raqueta por aquello de no destrozar las manos de los jugadores. Para adobar la información les puedes añadir que el primer Felipe, al que llamaban el Hermoso más por el cuerpo que por la cara, murió a consecuencia de un imprudente trago de agua helada echada al coleto después de un partido y, si todavía les parece poco, les puedes descubrir que la palabra tennis no es inglesa sino francesa, “tennez”, y evidencia la buena educación que debía tener el jugador avisando a su contrario de que iba a poner en movimiento la pelota con una especie de grito que en español podríamos traducir por un coloquial “ahí va”.
A mí ese “ahí va” enunciativo se me ha transformado desde hace unos años –en concreto desde que aquí en Valladolid vi jugar a un Rafael Nadal todavía niño-, en una expresión de sincera admiración. Y no sólo por lo que ya ha conseguido profesionalmente, que es un palmarés increíble, sino por su compostura en el juego. Por primera vez, mi actitud exigente de espectador –ese, “lo que yo haría ahora”- se ve superada por la realidad de un jugador que, al pleno uso de sus facultades físicas añade el exquisito uso de la inteligencia y un coraje a prueba de desalientos, infortunios y adversidades. La madurez, la sensatez, el acertado comportamiento, la actitud ante el contrario, su sentido de la responsabilidad, han convertido a Nadal en un héroe de nuestro tiempo del que se puede esperar simpre esa nueva hazaña que nos dejará atónitos y sin palabras.