08-03-2017
Creo que fue hacia los meses finales de 1968 cuando supe de la existencia de Violeta Parra. Me la descubrió Pete Seeger, quien me envió una canción compuesta por ella que quería publicar en la revista Broadside o incluso cantar en algún recital. El tema se titulaba "Me gustan los estudiantes". Supongo que la escasa facilidad de Pete para cantar en español le disuadió de usar el texto en sus conciertos, así que no volví a saber de la canción hasta 1970, cuando apareció definitivamente en las páginas de la publicación, que en aquella época tenía como editor a Irwin Silber, con el copyright fechado en 1967 (probablemente Violeta Parra la compuso entre 1964 y 1965) y con una nota del propio Pete sobre la cantante chilena y su obra, advirtiendo además que la versión procedía de Ángel Parra, hijo de Violeta.
Algunos años más tarde recibí el encargo de crear una Bienal Internacional del Sonido que premiara cada dos años las mejores labores discográficas a nivel mundial. Entre las producciones que llegaron de más de 15 países para concursar, nos encontramos con una colección de la Discoteca del Cantar Popular, DICAP, con sede en Chile, que contenía, entre otros muchos discos, uno de Violeta Parra con sus últimas grabaciones. El conjunto de los fonogramas (entre los cuales había grabaciones de Victor Jara, Quilapayún, Inti-Illimani y otros) fue justamente premiado, pero antes de que tuviésemos tiempo de devolver los cerca de treinta discos que contenía la colección, se produjo el golpe de estado de Pinochet en Chile. De la noche a la mañana me convertí en el afortunado propietario de una de las pocas selecciones existentes en el mundo de aquellas grabaciones, ya que la policía de Pinochet había destruido la sede de DICAP y quemado los masters con todos aquellos registros históricos.
En 1974, en uno de mis viajes a Madrid, coincidí con Gonzalo García Pelayo, productor independiente que estaba preparando un sello nuevo llamado GONG para la compañía Movieplay, con la que yo estaba todavía vinculado. Le entusiasmó saber que poseía aquella colección de discos y me pidió permiso para regrabarlos y poder hacer con ellos una serie. Así sucedió y de ese modo pudieron salir al mercado español muchas de las grabaciones que Pinochet había decidido eliminar "para siempre", entre ellas las últimas canciones de Violeta. De toda aquella operación solo tengo que lamentar que, pese a las promesas reiteradas de que los discos volverían a su propietario y cedente, me quedé sin ellos como me quedé sin abuela.
En 1985, cuando Movieplay se había convertido en Fonomusic por muchas razones que todavía son un misterio para mí, abordé la edición de una serie de discos que titulé "Romances de allá y de acá" con temas de España y de América relacionados con el romance tradicional. Quería contar con especialistas americanos en el romance, género vivo y muy difundido por toda la América hispana, y recibí el apoyo decidido y fraternal de muchos colegas que se prestaron a llevar adelante la idea. La primera persona que me ayudó fue Gabriela Pizarro, folklorista chilena y buena amiga de Violeta Parra con quien llevó a cabo algunos trabajos de campo ("de terreno", decían por allá). Gabriela se desplazó a España para la grabación y su viaje y estancia me sirvieron para conocer mucho mejor la figura de Violeta, recordada vivamente por una amiga fiel que compartió sus trabajos y sus sueños. El último de éstos, sueño interrumpido abruptamente, una carpa en la que vivía y con la que pretendía hacer una labor popular de mostrar artesanías, dar clases y recibir a jóvenes que quisieran conocer mejor su propio patrimonio. En esa carpa había cobijado sus escasas esperanzas que quedaron mermadas cuando su enamorado, el joven suizo Gilbert Favré, la abandonó y se fue para Bolivia. Violeta grabó inmediatamente para la RCA chilena un disco que se editó a fines de 1966 llevando el premonitorio título de "Las últimas composiciones" y el 5 de febrero de 1967 se suicidó de un tiro en la sien. Tal vez después de comprobar que su pequeño mundo, encerrado en una carpa de 20 metros de diámetro, no cabía dentro de ese otro mundo, tan grande y tan loco, que le rodeaba.