11-11-2011
Es difícil reconocer, como se dice habitualmente, que la música teatral pueda ser sólo incidental o, menos aún, accidental. Hay tanta intencionalidad en su ubicación, tantas premisas en su elección, tanto cuidado en su selección que esa intencionalidad se convierte en indefectible vehículo de comunicación, en propuesta emocional a la cual debe responder el espectador con su propia preparación y estado de ánimo. Sea en directo o sea grabada, sea instrumental o cantada, la música transforma una escena tanto como un decorado. Esa escenografía invisible a veces recurre a algunos de los elementos con los que juega –los propios instrumentos musicales- para aportar un toque cronológico o un sonido sugerente. Es verdad que el estudio de los instrumentos musicales que se han usado circunstancialmente en la escena, supone un reto. En algunos casos, al ser muy conocidos y usados en la vida diaria, estos instrumentos pasaban a una categoría obvia o menor, creándose una imperceptible complicidad entre autor y espectador, por la que aquél quedaba relevado de su responsabilidad de explicar o describir esos instrumentos. En otros, al representar por sí mismos a una clase social o a una etnia con las que estaban habitualmente relacionados, su papel era, como mucho, el de objeto de utilería. Sin embargo, la aparición en escena de esos instrumentos y, más aún, lo que sugieren, puede llegar a convertirlos en piezas polisémicas cuyas claves están tanto en el propósito de quien los usa como en la mente del espectador.
Tampoco se libra el teatro de calle de referencias a instrumentos y su papel en la transmisión de emociones. Creo que pocas estampas pueden representar mejor el mundo de la comunicación y de lo popular que aquella dibujada por José Ribelles en el siglo XIX en que un ciego, acompañándose de una zanfona y se supone que cantando una historia, comparte capa -espalda contra espalda- con un lazarillo, que maneja y hace salir por encima del rebozo a dos títeres, actores materiales del relato. La figura es sorprendente y caótica: cuatro piernas, una cabeza sin ojos, dos monigotes, un instrumento extraño y el público embobado ante ese pandemonium. ¿Pero no es ése precisamente el significado de la palabra teatro?