Joaquín Díaz

¿CASTELLANOS EN EUROPA?


¿CASTELLANOS EN EUROPA?

Localismo y universalidad

12-05-1994



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Hace unos días me escribía un amigo inglés sorprendido y
algo decepcionado de que, a su paso por aquí en un reciente viaje,
el género musical más escuchado en espectáculos y medios de
comunicación hubiese sido la sevillana; concluía su carta con la
siguiente frase: "¿Es posible que los castellanos hayan olvidado
los siglos de reconquista y se hayan rendido "culturamente" al
Oriente?".

Mi amigo inglés, todo hay que decirlo, es de los que creen
todavía —como lo hacían los antropólogos románticos de la Inglaterra del pasado siglo— que en la Humanidad hay dos tipos de pueblos, los cultos y los incultos, y dentro de este último apartado suele incluir (creo yo que con un planteamiento tan erróneo como exagerado) a todos los que habitan por debajo de Dover.

Alguno podría pensar, sin embargo, que tiene razón mi amigo
en lo de reivindicar para los castellanos un poquito de ese orgullo
que —parece ser— tuvimos en otra época por lo nuestro. Para tranquilizar a quien así opine bastará con decirle que las sevillanas actuales no tienen nada que ver con lo oriental, ni con el sur, ni con la dominación árabe, y son, sencillamente una derivación, sofisticada por el uso y la evolución localista, de un tipo de seguidilla bailable del siglo XVIII, inventada probablemente por un castellano.

No obstante hay algo de lo que no podemos estar orgullosos y
es la falta de creatividad musical que se padece en nuestros días
en esta región; verdaderamente parece como si toda la imaginación se nos hubiese consumido y tuviéramos que aceptar irremisiblemente aquello que nos viene de fuera (sean inglesadas, americanadas o sevillanadas) con esa resignada verguenza de que hacemos gala cuando el tema no va con nosotros. Decía Menéndez
Pidal que en el desarrollo de la literatura de un pueblo solía haber
dos períodos que se alternaban, uno creativo y otro repetitivo (él los llamaba aédico y rapsódico) y que este último venía a coincidir con épocas de esterilidad imaginativa, que suponía para la comunidad que las padecía una grave decadencia en su patrimonio cultural.

Creo sinceramente que estamos ante un período rapsódico de
los definidos por Pidal e, independientemente de la mayor riqueza
informativa (tenemos más noticias culturales pero menos cultura),
nos falta capacidad de reacción ante un fenómeno que nos empobrece de día en día. No voy a abogar ahora por una campaña en favor de la creatividad —el ingenio no viene cuando uno quiere, aunque haya circunstancias que, ciertamente, lo favorecen— pero creo que no estaría de más reflexionar sobre los motivos que nos han llevado a esta situación y, si es posible, remediarlos, a no ser
que queramos estar de por vida sometidos al capricho de la
comercialidad, esclavizados por aquello que nos ordenan determinados medios de comunicación, y colonizados irremisiblemente por invasores "culturales" que vienen a imponernos su gusto desde otras tierras.

¿Soy exagerado? Creo que no. No es coherente contemplar al
más feroz anti-americano bebiendo Coca-Cola, ni al ecologista a
ultranza fumando como una coracha. Cierto que somos universalistas de vocación, pero eso no significa que tengamos que ser ”universalizados" a la fuerza. Lo que en siglos pasados definió al castellano fue la voluntad de mantener la propia identidad aun estando fuera de su tierra —rasgo que compartió con otros emigrantes—, pero también la capacidad para aceptar otras culturas sin
grave detrimento de la suya. Naturalmente la riqueza económica
tuvo mucho que ver con el auge cultural y la abundancia creativa
de que pudimos disfrutar hace cinco siglos, pero no olvidemos que lo importante fue la atmósfera conseguida (la creación se produjo en muchos casos incluso fuera de los ámbitos cortesanos en que se movían el dinero o el poder) y puede que esa atmósfera se estuviese fraguando antes de que llegara a producirse la eclosión económica. Ese factor no es, pues, el más importante y, como
otros muchos, depende más bien de la voluntad colectiva de
mejora (algo que ahora escasea) y de la propia estimación.

Hay gente que se sorprende: "¡Cómo! ¿Vamos a acordamos de
que somos castellanos ahora que vamos a integrarnos en Europa?". Pues sí: precisamente porque no se trata de desintegrarnos y
porque lo castellano, que además de gentilicio nos identifica
como colectividad, no es incompatible con lo español (que es una
realidad política refrendada por la Historia), ni con lo europeo
(que ha sido una asignatura económica casi siempre suspendida)…