Joaquín Díaz

EN LA CUERDA FLOJA


EN LA CUERDA FLOJA

Naturaleza y equilibrio

12-05-1994



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Dice el señor Alejandro que ya no hay tantos pájaros como
antes; pese a que uno puede encontrar, en el trayecto desde Castromonte hasta aquí, cogujadas, perdices, grajetas, milanos, palomas, tordos, abubillas, abejarucos, golondrinas, pardales y muchas más aves que cruzan confiadamente por delante de los vehículos en marcha, ya no hay tantos pájaros como antes. El
"como antes", aquí en España, significa casi siempre "como antes
de la guerra"; aquel ataque de locura, aquella fiebre, acabó con el
orgullo y la altanería de un siglo que alardeaba de ser el de la
supremacía definitiva de las ideas. "Después" de aquello, la con-
fianza entre las personas, la alegría espontánea, la naturalidad en
las relaciones quedó como turbada; ensuciada por un vómito de
maldad que dejó a los propios españoles sorprendidos de que el
fondo del ser humano pudiese llegar a contener esos impulsos, esas inclinaciones.

Y si callaron por mucho tiempo los hombres, ¿cómo no iban a
hacerlo los pájaros?.

—No sólo hay menos pájaros sino que tienen peor leche —tercia Julio—. A mí un cernícalo se me tiró encima y me quitó la gorra cuando iba en moto por el monte de la Espina...

Menudo es Julio; como para que le quite la gorra un ave, por
muy rapaz que sea... '

Hay ocasiones en que observando un pájaro, un perro, una flor, un árbol, tenemos la sensación de que nos miran y en un lenguaje lejano, difícil de comprender, nos reclaman algo. No creo que sea simplemente esa mirada amiga o ese comportamiento tierno que, cómo no, ennoblecen y nos confortan interiormente
premiando con una satisfacción profunda la pequeña "Buena acción". No: yo creo que la Naturaleza toda nos demanda, de vez en cuando, la mitad de nosotros mismos o, al menos, aquella parte de nuestro ser que, aun disfrazado de civilización y barnizado con varias capas de educación, quiere —atraído por no se sabe qué tendencia primitiva— volver a su origen.

El día de san Isidro hubo fiesta aquí; cosa natural porque Isidro es un santo cuya trayectoria humana y profesional le convirtió
por derecho propio en el patrono de los labradores y además porque la Iglesia, como siempre sabiamente, puso su celebración en mes y día en que los campos ya empiezan a tener sed y necesitan el agua.

La fiesta, como decía, consistió en una misa con procesión y
un refresco que ofreció la Hermandad. Lo más llamativo para mí
fue la bendición de los campos, que antiguamente se hacía desde
los cuatro puntos cardinales —puerta de la Villa, la peña, las eras y
la cueva— y ahora desde tres. Cuando los que llevan las andas
colocan al santo frente a la campiña, la mirada de todos los asistentes se pierde en un mar de cereal intentando abarcar el campo entero; suena ese "san Isidro, ruega por nosotros" que musitan las bocas al unísono mientras las mentes y los corazones se dispersan en distintos afanes. Así, en esa actitud, los varones delante portando al santo y las mujeres detrás contestando al sacerdote, tiene uno la medida exacta del hombre del campo; ahí están su enorme
estatura y su pequeñez: su triunfo y su fracaso. La Naturaleza y él,
frente a frente en una lucha emocionante y diaria cuya dureza
queda reflejada en los rostros y en los surcos, el labrador sabe
que cada buena cosecha es una batalla ganada por el esfuerzo, la
astucia y todos los demás medios a su alcance, pero también sabe
que no puede vencer, aniquilar completamente a su adversario,
pues de ese sabio y secular equilibrio depende su propia supervivencia. ¿Conocemos y respetamos todos esa estrategia?