Joaquín Díaz

LOS RUMORES DE LA CAMPIÑA


LOS RUMORES DE LA CAMPIÑA

Costumbres de Urueña

12-05-1994



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Los modernos investigadores consideran que el ruido producido por una carreta al rodar sobre el empedrado de una calleja cualquiera en una urbe medieval, era muy superior en intensidad al que ahora puede provenir de un normal embotellamiento de tráfico; aun siendo una hipótesis discutible, sirve como argumento
para quienes creen que todavía podría ser peor el nivel de polución acústica en algunas de nuestras ciudades. Recordaba la teoría de que el ruido produce atontamiento, asomado al precioso mirador natural que se forma en Urueña allí donde el páramo termina.
Al borde del ribazo uno descubre, a poco cuidado que ponga en
ello, los mil y un ruidos (mejor sería denominarlos rumores) que
interrumpen intermitentemente el bendito silencio; cada uno de
ellos sugiere una distancia, una procedencia, una tonalidad, y per-
mite que la mirada recorra la campiña en busca de lo que el oído
ha captado antes, precisa e instantáneamente: el aleteo de una
paloma, el ladrido de un perro, el runruneo de un tractor en la
lejanía, el graznido de las grajetas, el canto de una perdiz, el vuelo
raso de una golondrina… hasta el viento, que al acariciar la mies
produce la impresión de una mano invisible deslizándose sobre
terciopelo, tiene su propio sonido nítido e identificable: en los
días de viento solano, acompaña el rumor del regato que, sangran—
do balates y lindazos, busca la vaguada: en los días de viento
norte reina la ”bufarda".

El panorama sonoro captado por quien se acerca al talud que
comunica la altiplanicie con la llanura, es tan rico e intenso como
el visual. A media tarde, hacia las seis o las siete, según hayan
pastado, suben los rebaños por las cañadas peladas, conducidos
por los pastores quienes, de vez en vez, corrigen la lentitud de
alguna oveja con una cantada a sobaquillo que es tan terminante
como una orden verbal para los perros atentos. Ascendiendo hasta
la varga que se extiende al pie de la muralla, el rebaño adopta formas variables, de huso gigantesco o de madeja infinitamente
hecha y deshecha, cuyos límites funden en una vaharada sonora
los balidos, los ladridos y las voces contrapunteadas por el metal
de las cencerras. Sobre un banca], un mastin aguarda, inmóvil,
que vayan pasando los rebaños, como buscando el suyo propio; al
fin, algo imperceptible pero familiar le tranquiliza y distiende su
figura.

Me cuentan que, años atrás, por el antiguo camino de Tiedra
que va ribeteando las ruinas del monasterio de Santa María del
Bueso, había tantos conejos que se los oía trabajar en las huras.
Eran otros tiempos y otras costumbres; también la muralla se animaba con las conversaciones de los jugadores de tarusa que apostaban unas perras por matar el rato y mantener el ritmo, Y las piedras transmitían el eco de los que empeñaban más fuerte jugando a las chapas bajo el peinador de la reina: caras o lises para entretener a la sombra de doña Urraca... Dicen también que en tiempo de
la guerra de la Independencia tenían los franceses tomada la villa
y apostados centinelas en las dos puertas; para reconquistar la
plaza, se valieron una noche nuestros paisanos de un rebaño de
carneros al que ataron a los cuentos teas ardiendo y lo hicieron
subir por el camino de entrada con un estrépito considerable. Al
acudir todos los soldados franceses a la puerta de la villa, pensando que por ahí llegaba el peligro, entraron los españoles por la
poterna del Azogue, burlando así al enemigo. De este modo lo
cuentan —según lo oyeron— algunos viejos del lugar y de este
modo lo recoge el padre Antolín en uno de sus libros sobre Urueña. Y aún habrá quien niegue que el ruido atonta…