12-05-1994
En los muchos años que llevo escuchando historias antiguas y
fantásticas, nunca había encontrado una tan sorprendentemente
hermosa como la que me contó la otra tarde un pastor: "No hay
cosa más elegante que el canto del zorro: daría dinero por oírlo
otra vez. Lo escuché hace muchos años, por San Juan; venía yo al
caer la tarde con el rebaño, cuando de aquí a unas matas escuché
un gorjeo, pero por lo fino. ¡Mejor que Molina! Los perros que lo
sintieron salieron para allá, pero el raposo al ventearlos escapó.
¡Qué lástima! El raposo es tímido, no hace nunca frente; yo una
vez tuve que atizarle un garrotazo a uno y, lo nunca visto, se venía
a mí y me sujetaba la cacha… Claro que es normal; si uno le
achucha, su instinto es a defenderse".
Las narraciones míticas ayudan a entender el pensamiento de
los pueblos primitivos y, con bastante frecuencia, su evolución
histórica. Los relatos sobre animales, en concreto, aparecieron en
un estadio del razonamiento en que resultaba totalmente creíble
que el espíritu del hombre pudiese morar en el cuerpo de otros
seres vivos; así, no sólo se dotaba a los animales de voz y capacidad de raciocinio, sino que, a veces, se les convertía en protagonistas de hechos cuya moral podía tener un fondo de ejemplaridad para los propios humanos o reflejar inequívocamente sus virtudes y defectos.
Uno de los animales que más aparecen en los relatos tradicionales es el zorro: su astucia, su prudencia, su timidez son características que acercan su comportamiento al de algunos hombres. El raposo engaña o es engañado, tiene hambre, procura trabajar poco, corretea de aquí para allá en busca de una presa y se relaciona con otros animales o con el hombre, surgiendo de ese trato
la aventura y la correspondiente moraleja. Ya he explicado en más
de una ocasión que estos relatos no mueren nunca del todo sino
que, precisamente por poder ser aplicables en cualquier época, se
van fragmentando, transformando o, incluso en algún caso, se
refugian en los chistes, evitando así que desaparezca por completo
el germen mítico que los dio aliento. No crean ustedes que quien
alardea de incredulidad hacia estas venerables reliquias queda
totalmente fuera de su alcance o influencia; suele suceder que ha
desplazado el centro de sus fantasías, pasando éstas a ser repre-
sentadas en forma de coche, televisor o valores en bolsa. En cual-
quier caso, no se debe desdeñar una expresión tradicional por el
hecho de que se haya debilitado su uso: muy poca gente utiliza a
diario las bibliotecas y sin embargo nadie pondría en entredicho
su necesidad o su importancia para la educación y para llegar al
conocimiento cabal de las cosas. Los relatos tradicionales, y sobre
todo aquellos en que los animales toman nuestro lugar, vienen a
ser como esos libros maravillosos cuyo contenido se transforma
por arte de encantamiento según los ojos que emprendan su lectu-
ra. La palabra mágica es "imaginación". ¿No hay cuentos en los
que seres humanos han sido transformados en animales —zorros,
lobos— y sólo pueden recuperar el estado anterior si alguien apro-
vecha y quema su piel durante el único momento del día en que se
despojan de ella? ¿Y no es incluso cierto, que los viejos raposos
emiten distintos sonidos imitando el canto de las aves o el chillido
de los conejos para atraerlos así a su terreno, escasos ya de fuer—
zas para seguirlos al acecho? A quien no haya visto nunca un
zorro, todas estas sugerencias podrán parecerle exageraciones,
pero conociendo su forma de comportarse casi humana, ¿quién
podrá extrañarse de que está detrás de la peña en que el pastor ha
colocado su transistor, aprendiendo a cantar como Molina? Cosas
más difíciles se han visto.