Joaquín Díaz

LOS OTROS PAGOS


LOS OTROS PAGOS

Sobre toponimia

12-05-1994



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La palabra "pago" actualmente parece introducirnos en ese
maremágnum de las finanzas y de la hacienda propia y pública; se
escucha comentar con alivio: "Este año he pagado tanto o cuanto"
y, a pesar de la expresión contrita de quienes así hablan, no deja
de observarse un cierto desahogo, una cierta distension, cosa
explicable si tenemos en cuenta que pagar viene de la palabra latina pacare que significa apaciguar, y esa es la sensación que parece quedarle a quien se ha enfrentado ya al deber ineludible de compartir su peculio. Pero no es a esos "pagos" a los que quería yo referirme aquí, sino a aquellas parcelas o distritos rurales que componen un término. Para entendernos mejor: cada pueblo tiene.
alrededor del núcleo habitado, un terreno más o menos extenso
dividido tradicionalmente en secciones a cada una de las cuales se
aplica el nombre de ”pago". La palabra es tan antigua y tan campestre que ya la Iglesia de los primeros siglos se veía obligada a
llamar paganos a los agricultores que, aferrados a sus antiguas
creencias, preferían seguir dando culto a sus dioses, estuviesen
éstos representados por estatuas o por la propia Naturaleza.
Bueno, pues cada uno de esos pagos a los que me refiero tiene un
nombre: nombre que le fue impuesto seguramente en la Edad
Media, siglo arriba siglo abajo, según el grado de "convivencia"
con los árabes dejara a nuestros antepasados resuello para hablar
antes o después. Cuesta creer que no quede ya interés ni para
saber cómo se llama el terreno que pisamos, pero así lo parece;
con las últimas concentraciones parcelarias además, se han agru—
pado muchos pagos en uno sólo, dándole en vez de un nombre un
número frío e insustancial.

Aún hay, sin embargo, personas que recuerdan con asombrosa
precisión la denominación que se daba a cada terreno: suelen ser
ancianos pastores que una u otra vez en su vida tenían que arren-
dar pastos y conocer con total seguridad dónde estaban situados y
cómo se podía acceder a ellos a través de otros pagos. El señor
Francisco Pelaz me ha nombrado ciento y pico en el término de
Urueña, algunos con apelativos bellísimos o ciertamente signifi—
cativos. Sobresalen aquellos que designan accidentes geográficos
naturales: Valparaíso, Valle largo, Teso blanco, Barco del Tío
Doble, Barco de Valdececilia (utilizando el término "barco" en el
sentido de "nava"), Mesa del sordo, Mesa del Tío Bartolo, Laguna
del moro… Hay otros que evocan la mano del hombre trazando
caminos o sendas para comunicarse: Carrepozuelo, Carrelavega,
Carretoro, Carril mata penas, Carregaviales, Carrelaespina, Carre-
traviesa, Puente madero... Otros, como Los palenques o Parpala—
cio sugiere contiendas entre caballeros o la vida medieval entre
murallas. Cruz de Alcaravaca, Senda de los beatos, La ermita
vieja o Convento de Villalbín son nombres de pagos con sabor a
un pasado espiritual que quedó plasmado en piedra eviterna.
Nombres como Arboleda, Garbanzales, Fuentenebral, Eras viejas,
Huerta de los judíos, hablan de una labor de nuestros antepasados
por crear riqueza sobre los campos y los bosques. Pozolico, Poza—
cos, son evidencias del milagro del agua en Urueña: 840 metros
sobre el nivel del mar, al borde de la sedienta Tierra de Campos, y
se encuentran perforaciones inagotables casi al alcance de la
mano. Pese a ello, y hasta los años cincuenta, las amas de casa
urueñesas tenían que bajar al "caño" a por agua buena con un cán—
taro a la cabeza, otro a la cadera y otro en la mano, haciendo
bueno el dicho antiguo que rezaba: "Trabaja más una mujer de
Urueña que una burra de Villagarcía".