Joaquín Díaz

EL ARCA DE NOÉ


EL ARCA DE NOÉ

Sobre el medio ambiente

12-05-1994



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En ocasiones señaladas, una parte de la Humanidad se da
cuenta de que persigue fines errados o que los cielos prometidos
por los profetas antiguos se van convirtiendo poco a poco en abismos de horror. Pueden sucederse decenas y hasta cientos de generaciones sin que esto acontezca y, aunque suele ser anunciado cada milenio con más o menos señales, de hecho se produce con una asombrosa inexactitud. Entre tales hitos. tal vez el más célebre sea el llamado "diluvio universal", al que se refieren muchos
libros sagrados de diferentes civilizaciones, discrepando los exégetas en lo que respecta a la causa que lo originó pero coincidiendo casi todos en las secuelas. Los Santos Padres revelan la perversidad del género humano pasados mil seiscientos cincuenta y seis años de la creación del Mundo: "La maldad era total y absoluta". dicen las Escrituras. Los ángeles malos desearon y conocieron a las hijas de los hombres, originándose de tan peregrina concurrencia un tipo de gigantes que, a su vez, engrendraron otros monstruos de maldad. Los científicos se han reído a veces de estas tradiciones considerándolas leyendas sin fundamento pero suelen olvidar que, por una extraña maldición, el género humano
sólo es capaz de transmitir los conocimientos a través de fábulas
y cuentos y es así como nos han llegado extrañas y alucinantes
historias que esconden verdades atroces. El sabio jesuita Atanasius Kircher, que realizó en el siglo XVII un exhaustivo estudio sobre el arca de Noé y sus orígenes, insistía en que, tanto la capacidad del mismo como su estructura interna guardaban una perfecta simetría con el cuerpo humano, estableciendo que la longitud fuse seis veces la anchura. En tan perfecto habitáculo entraron ocho
personas con una multitud de cuadrúpedos, aves y reptiles; no se
hace mención de los peces que, por estar en su medio, no necesitaban ninguna asistencia; tampoco de muchas especies de animales y plantas que pertenecían a las zonas denominadas por Kircher "tórrida" y "fría", pues si para él los hombres de la primera franja eran "tontos, inestables, lujuriosos, desprovistos de todo ornato de ingenio” y los de la segunda "imbéciles, insensatos, tardos y de ingenio obtuso", imagínense lo que serían los animales.
Prescindiendo sin embargo de exageraciones y simplezas, tan
necesarias en los cuentos, podemos extraer interesantes conclusiones del trabajo de Kircher, o de otros de su estilo, si nos detenemos en el capítulo en que compara el arca con el alma humana, traduciendo medidas en comportamientos y llegando a la conclusión de que sólo un esfuerzo individual puede acercarnos a la salvación.

No sabemos aún cómo influirá en los gobiernos la reunión de
Brasil sobre el medio ambiente en el mundo, pero sospecho que
sin esa lucha personal por conservar la Naturaleza y su perfeccionado equilibrio, necesitaremos en breve un Noé redivivo que construya un artefacto para meter en él lo que todavía merezca la pena salvar.