Joaquín Díaz

PAPÁ, VEN EN TREN (ÁNDOTE)


PAPÁ, VEN EN TREN (ÁNDOTE)

Sobre las huelgas

12-05-1994



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Sucedió el otro día en la Estación del Campo Grande; uno de
esos flamantes talgos de los anuncios que debía de conducirnos a
Madrid "mejorando nuestro tren de vida", traía una hora de retraso. La cosa era sorprendente porque, viniendo —como se anunciaba en la agencia de viajes— de Palencia, estaba claro que debía tener un empeño especial en no llegar: retrasarse una hora en un trayecto de media son ganas de confundir, a no ser que fuesen a reeditar el Rey Pastor y estuviesen experimentando algún problema nuevo. Finalmente, alguien bien informado atribuyó a una
huelga la demora y las voces, hasta entonces murmullos, comenzaron a alzarse agrias. La explosión llegó cuando un representante
visible de Renfe (camisa azul, gorra roja, bandera del mismo
color en la mano derecha) pasó junto a nosotros. No sé si ustedes
habrán visto esas películas del Dr. Rodríguez de la Fuente en que
una manada de lobos persigue a un venado: pues parecido. En
unos segundos tenía el buen jefe de circulación (o lo que fuese)
más de seis dentelladas en las ancas: "que por qué no anuncian
nada", "que a esto no hay derecho", "que estas cosas no pasaban
antes"... en fin; ya saben ustedes que un español mal informado
puede ser más fiero que un guerrero watussi con síndrome de abstinencia, así que se pueden imaginar la que se armó. Aquí y allá arreciaban las protestas, y los ojos del jefe se desencajaban como los del muflón perseguido por la lobada.

En estas situaciones de algarabía, con unos y otros largando a
placer, suele haber un instante en que las partes toman respiro
para volver a la lucha con bríos renovados, y, hete aquí que el instante de silencio lo aprovechó nuestro buen jefe para obsequiarnos con una de esas frases que casi siempre se atribuyen a personajes heroicos o legendarios antes o después de algún combate y que no pueden sacarse de su contexto porque parecerían un despropósito de los que se sueltan en una pesadilla nocturna. Bueno, pues va y nos dice con cara de maestro Ciruela y gesto admonitorio, levantando la bandera en vez del dedo: "Es que el asunto
laboral es muy serio".

Nos desarmó. Sabíamos, en efecto, que el "asunto laboral", por
lo menos el de cada uno de los que estábamos allí, era bastante
serio (de otro modo nos habríamos quedado en casa escuchando
la radio en vez de salir a trabajar), pero jamás hubiésemos supuesto que el suyo revistiera tal gravedad. Una vez en el tren —porque al fin cogimos el tren, e incluso el avión, porque las compañías de
transporte estatales se ponen de acuerdo en sus huelgas para retrasar sus horarios de forma que no perjudiquen al usuario— una vez
en el tren, digo, y aplacadas las furias de unos y otros sólo se me
ocurrió una reflexión: Cuando empresarios y trabajadores de una
empresa privada no coinciden en sus apreciaciones sobre condiciones de trabajo, salario, etc. (que suele ser casi siempre) discuten el tema cuanto antes y siguen laborando porque “saben que si algo deja de funcionar en la producción ponen en peligro su propio empleo. Pero este caso es otro; en primer lugar, si los trabajadores de Renfe ejercen sus derechos de esa manera, atacan directa
e insolidariamente el trabajo de todos los demás españoles, ocasionándoles trastornos difícilmente valorables y si ellos tienen tamaña falta de respeto con nuestro quehacer, ¿cómo pretender que comprendamos la defensa que hacen de lo suyo?. En Segundo lugar, una huelga así, en que empresario y trabajadores son incapaces de llegar a un acuerdo satisfactorio —o insatisfactorio, pero
práctico—, sólo puede darse en una compañía como Renfe que no
va a quebrar nunca. La empresa (España) es tan rica que se puede
permitir esos y otros lujos... Pero, ¿qué digo? Mientras estoy terminando este artículo en el avión escucho a mis espaldas esta conversación: —Ah, pero, ¿no lo sabías? Sí, hombre: en la ventanilla de "servicio al cliente" te reembolsan el veinticinco por ciento del importe del billete por haber llegado el tren con retraso...
Caray, retiro lo dicho: Creo que esto, ni España lo aguanta.