Joaquín Díaz

LA PRISA


LA PRISA

Sobre las prisas

12-05-1994



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La prisa nos domina: nos invade por doquier como una pandemia fatal que todo lo contamina. Y aunque en sí misma no es un vicio del espíritu, bien puede considerarse un extravío que lleva al individuo de hoy por los caminos del desasosiego y de la inquietud. Un proverbio antiguo advertía con intención moralizante que el tiempo era oro, recordándonos la conveniencia de aprovechar
dignamente cada minuto de nuestra vida, pero cualquier virtud
por excelente que sea tiene unos límites, sobrepasados los cuales
se desquicia, perdiendo su valor y su beneficioso efecto. Así, nos
pasamos el día como arañas, teje que teje, gastando horas y sustancia en urdir una enorme tela que al final sólo nos sirve para detener el vuelo de un mosquito. El tiempo es oro, sí, pero para quien lo disfruta y no para quien corre de un lugar a otro huyendo de sí mismo; la demencia originada por esta sinrazón colectiva, lejos de asemejarse a esa alegre relajación del juicio que libera de sus angustias al espíritu, viene a convertirse en cruel insania que
no le deja ver lo vano e infructuoso de sus ansiedades. Apremiados por la peregrina necesidad de sobrevolar todas las cosas apreciamos más lo superficial y pasajero que lo profundo, circunstancia que no es exclusiva de nuestros días, pues ya Don Sem Tob acusaba a la sociedad de su tiempo de encumbrar a los que valiant menos y soterrar a los hombres honrados, despropósito evidente
que, como hacía notar el sabio de Carrión, debía de ser, sin
embargo, un reflejo especular de la propia Naturaleza que hacía
flotar las cosas muertas en el mar, mandando al fondo de los abismos las preciosas cargas de los bajeles naufragados.

Y de este modo, lo que empezó siendo sinónimo de ocupación,
de trabajo pródigo, de honesta e incesante actividad (y por tanto
motivo de admiración y modelo social) ha llegado a convertirse
en causa inadvertida de perpetua tribulación que constantemente
nos aflige. En la Edad Media llamaban "priessa" a un "tropel agi-
tado de gente" y miren por dónde ahí hemos ido a parar en nuestra
atolondrada huida del inquietante pasado que siempre nos avergüenza. También por esas épocas y algo más tarde se utilizaba a veces con el sentimiento de "embarazo", como ya recoge fielmente el maestro Correas en su Vocabulario de refranes cuando escribe: "¿En priessa me veis y virgo me demandais?"; bueno, pues hasta en esa acepción hemos caído, poseídos y ¡ay! deshonrados
por el vértigo inútil que nos priva del diálogo con nosotros mismos. La Humanidad ha creado y alimentado esos demonios propios que le martirizan con sus agujonazos y con su misma excitación, transmitiéndole una sensación de permanente inestabilidad cuyas secuelas van desde una simple falta de cortesía hasta una guerra relámpago.

Decía un refrán antiguo que "la prisa es cosa del diablo" y no
iba descaminada la paremia en cuanto que es algo que nos aleja
de los cielos anhelados, de los paraísos deliciosamente tranquilos
que ofrecían los libros sagrados o de los plácidos limbos, metiéndose en nuestras existencias como una pesadilla. Entre los griegos
y los romanos se creía que los sueños eran de dos tipos, los "divinos" (para los que había siempre una interpretación) y los "ordinarios", divididos en "buenos" (enviados por los dioses) y "malos" (enviados por los demonios) para contrarrestar los cuales se hacía preciso un rito protector. ¿Qué ritual nos protegerá y purificará de esta maldición de nuestros días que es al tiempo
enfermedad y droga? ¿Qué antídoto será eficaz contra este veneno
cuyo tinte ponzoñoso pinta a nuestra Sociedad como una Babel
moderna? No es que ahora hablemos diferentes idiomas, es que ni
siquiera nos escuchamos porque no nos podemos permitir el lujo
de "perder el tiempo".