12-05-1994
La mitología griega nos ha legado un personaje cuyas maneras
y costumbres, a la luz de nuestras civilizadas mentes, aparecen
como bestiales y salvajes. Me refiero al Centauro, hijo del malvado Ixión, rey de Tesalia; no tuvo el tal Ixión mejor ocurrencia que
enamorarse de Hera e intentar hacerla suya. Zeus, que estaba en
todo, descubrió a tiempo (como corresponde a un hijo de Cronos)
la impertinencia de aquel fato, dijo que para lascivo ya estaba él y
engañó al rey de los lápitas con una imagen de Hera en forma de
nube. Acudió al trapo el libidinoso monarca y de aquel himeneo
peregrino salieron los Centauros. Zeus, constemado por la atrocidad, condenó al atrevido a un castigo ejemplar: Ser atado a una
rueda incandescente que giraba sin cesar y ser arrojado al espacio.
Perdieron los griegos, y aun los pueblos que les sucedieron en
Hegemonía, el rastro de Ixión hasta el siglo XIX, centuria presidida por Industria; estando en cierta ocasión esta diosa descansando
de su habitual agitación, acertó a pasar por su lado (obsérvese el
eufemismo; digo "por su lado", no "por encima") el rey de la
rueda en su eviterna romería y, no se sabe si por su prolongada
abstinencia o por un súbito arrebato amoroso, arrojó un polvo cósmico sobre ella que la dejó milagrosamente fecundada. De aquellos amores tan vertiginosos no pudo nacer más que un dios que, con su altivez e inmoderación, nos castiga aún en nuestros días.
Hablo del Cochombre. Es su figura dinámica y poco resistente a
la atmósfera para así poder adelantar a Céfiro y a Bóreas y ganarle en el Cosmódromo las carreras al mismísimo Eolo, señor de los
vientos. Como los Centauros, sus hermanastros, tiene cuatro puntos de sustentación, pero en este caso la ígnea rueda ha sustituido
a la vulgar pata herrada, tan incómoda y obsoleta. Sobre esos cuatro discos celestes, una cabeza de Medusa rediviva gira agitadamente sus ojos buscando un Perseo sobre quien arrojar su voz estentórea; ésta es destemplada y grosera pese a dominar dos lenguas. la que se habla en el jardín de las Hespérides (también denominada bocina), y la que se escucha en Albión (conocida como
claxon). Tiene dos almas, una de las cuales, férrea y de caprichosas formas, domina a la otra, muy similar a la humana. Se hace construir caminos por el hombre, que es su esclavo, instalando de trecho en trecho columnas de un líquido salido de las entrañas de la tierra, con el que sacia su sed inagotable.
De su madre Industria heredó la fecundidad, siendo cada día
mayor el número de hermanos que le acompañan en sus alocados
paseos, hasta el extremo de entorpecerse entre si el normal movimiento de sus cuerpos. Con sus poderosos rugidos dominan las ciudades, antaño gobernadas por los hombres, que ahora, bajo la autocracia, sufren tan despiadada invasión; a veces, sus vómitos mefíticos, expulsados por la boca del cuerpo, asfixian a los tiernos niños.
Un oráculo dice que este vasallaje continuará hasta el día en
que uno de los dos principios o almas que alientan al Cochombre,
el más parecido al humano, no acepte más la superioridad del otro
y recupere la cordura, separándose de él. En ese instante, Zeus
arrojará al Hades a los inútiles hijos de Ixión.