Joaquín Díaz

BOCINOLID


BOCINOLID

Sobre las bocinas en las ciudades

12-05-1994



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¿Estarán mis oidos volviéndose más sensibles al ruido? Cada
vez que voy a escribir sobre algo que, a mi juicio, requiere un
esfuerzo colectivo, me asalta la duda de que sea yo sólo quien ve
u oye el problema supuestamente mejorable; pero, ¿no les parece
a ustedes que últimamente se oyen más bocinas que antes en
nuestra ciudad? O son las mismas que tocan más veces o pertenecen a automóviles distintos que, animándose unos a otros como si
hubiese ganado su equipo favorito, nos obsequian con un concierto desconcertante. Vengo observando detenidamente cuáles son
las causas que incitan a un automovilista a utilizar su claxon en
detrimento de la tranquilidad de los demás. La menos importante,
desde luego —aunque sería la más justificable—, es la de advertir a
un peatón su presencia. Veamos alguna de las restantes: Por ejemplo, un adelantamiento indebido o brusco, que encoragina y turba
al adelantado de tal modo que le obliga a pararse y estar apoyado
en su bocina dos minutos para suplir la ausencia de un fusil ametrallador: todo esto frente a los espectadores de la escena, inocentes y sufridos, y lejos ya el causante del trastorno quien, como es natural y por la prisa que llevaba. debe estar tomándose una caña dos calles más allá. Otro caso es el de ese mismo sujeto que se está tomando la caña y ha dejado "un minuto" el coche en doble
fila; baja el padre de familia con los niños y la señora de visitar a
la abuela y se encuentra con el panorama; o sale un colega del de
la caña de tomar otra caña a las tres de la mañana y observa que
su automóvil está rodeado por todas partes menos por dos (por
arriba y por abajo) de congéneres. Entonces se acuerda (con el
auxilio de la media moña que tiene) de que cuando era niño y
tenía algún problema llamaba a su papá, y empieza, Pa-pá, pa-pá.
pa-pá. olvidándose injustamente de su pobre madre; menos mal
que todos los que vemos y oímos sufrir a esta criatura tenemos
finalmente para su mamá (¡no podía ser menos!) un recuerdo
emocionado. Otro caso es el del fulano que reconoce de pronto a
un colega (¡coño, Pepel), pero como van ambos dentro del coche
y el destinatario de tan cariñosa expresión no va a escucharla, se
pone a dar bocinazos de alegría por el encuentro, que hace mucho
que no se ven y son tan amigos... Bueno, pues va Pepe, que primero se ha mosqueado al oír que le pitaban, y, tras mirar dos
veces al de atrás con expresión de comérsele, se da cuenta de que
en el siguiente coche va ese colega a quien no ve hace tanto,
estrechando finalmente sus lazos c0n otro profundo y fraternal
bocinazo; aceleran, pero todavía están un rato diciéndose cosas
con sus instrumentos hasta que se despiden en un semáforo con
dos pi—pí, pííí, que son como arrumacos de elefante. También está
el "prudente" que, para evitar que la grúa se le lleve el coche, se
queda dentro de él esperando a su amor que ha prometido tardar
"lo justo para no se qué…". Bien, pues cuando lo justo le empieza
a parecer injusto, aburrido, cambia de postura porque ya comienza a incomodarse y se apoya sin querer en la bocina, asustándose
como un bebé; al instante, superado el sobresalto, se da cuenta de
que no es un bebé —porque está esperando a la chica— y ya se
apoya seria y sonoramente. con todas las consecuencias. para convencerse a sí mismo de que a él no le asusta nada, y además, "porque ya está bien, ¿no?".

Tengo algunos ejemplos más, pero los guardo para un estudio
comparativo entre el comportamiento de los guías de expediciones en la selva y los discípulos de Arias Paz en nuestro país.
Hablando de Arias Paz, recuerdo aquel volumen (nunca mejor
dicho) amarillo y negro que había en casa y que me disuadió tem—
pranamente de aprender algo sobre el motor y la forma de comportarse de un automóvil; pues entre las señales de tráfico que
contenía el manual había una que levantaba en mí sentimientos
nobles y de solidaridad, y me hacía creer todavía en que los
coches eran unos elementos que se habían construido para facilitar el traslado de un lugar a otro de los individuos, además de para
su disfrute y bienestar. Era la señal (¿existe todavía?) en que
ponía "Hospital", recomendando vivamente el silencio. Y creo
que aún estarán por ahí esos carteles en que se advertía textualmente: "Prohibido el uso de señales acústicas en todo el casco
urbano". Ya sé que la gente dejó de respetarlo en cuanto un gracioso quitó el segundo artículo determinado, dejando circunscrita
la veda al entorno del casco de un guardia; también sé que había
demasiado espacio blanco en el cartel y tal circunstancia dio faci-
lidades a los amantes del grafiti que en poco tiempo dejaron dicho
espacio como una tortilla paisana donde se mezclaban ingredientes del tenor de F/J, Pancal, Gora eta, y Los buitres del Pisuerga...

Bueno, y ahora que recapacito, ¿he escrito todo esto"para aca-
bar como siempre, diciendo "somos así, ¿qué le vamos a hacer?”.
Si es que no aprendo...