12-05-1994
La Navidad, por ser actualmente una época en que los
acontecimientos normales dejan de serlo y los que no lo son acceden al primer plano de la actualidad, ha venido a representar lo
que en otros tiempos supuso para las relaciones humanas el Carnaval, por ejemplo. Es decir, un período de inversión de protagonismos y sentimientos, sobre los que el ser humano tiene cada vez menos posibilidades de reaccionar desde esa inercia de acontecimientos sociales, comerciales, de moda y de toda índole que, como un alud se precipitan sobre su atribulada cotidianeidad. Y
por todo ello es, además, una época en que se renuevan los miedos, los temores instintivos: Miedo a que la felicidad dure tan poco; miedo a que el desasosiego del resto del año no se resigne a mantenerse inactivo durante estos días; miedo redivivo a que los magos nos traigan carbón por nuestro comportamiento; miedos
solapados en medio de luces parpadeantes y melodías familiares.
Mis temores íntimos, paradójicamente, están en el ámbito
público. Tengo miedo a que no sepamos reaccionar ante la indiferencia, cuando no la vesania, con que algunas personas tratan el
lugar en que viven al que, innegablemente, no consideran como
algo propio. como una prolongación de su entorno familiar: El
que escupe en la calle, el que tira papeles y cáscaras de pipas al
suelo, el que oprime frenéticamente y sin necesidad la bocina, el
que vocifera a las cuatro de la mañana sin motivo, el que deja los
cascos rotos de la ilusión en los rincones de las plazas... Tengo
miedo a que no sepamos transmitir a las generaciones que nos
sucedan ningún símbolo aprovechable.
Como éste es también tradicionalmente un tiempo de esperanza, en ella me refugio para apelar al buen sentido de nuestros gobernantes, así como a la conciencia crítica de cada uno de nosotros. No cometamos errores que ya cometimos anteriormente y ahora lamentamos. La felicidad no reside solamente en unas
fechas del calendario sino en la capacidad constante del ser humano para mejorar la calidad de su vida y de las vidas de quienes le rodean. Los buenos deseos son patrimonio de todos.