Joaquín Díaz

PRIMAVERA


PRIMAVERA

Sobre el consumismo

12-05-1994



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Entre los antiguos, el comienzo de la primavera era anunciado
por la llegada de las golondrinas; éstas, protegidas inteligentemente desde siempre (dada su condición beneficiosa de insectívoras) por piadosas leyendas, comenzaban a construir diligentemente sus nidos en tenadas y colgadizos amasando el barro con su saliva; saliendo y entrando mil veces, despreocupadas de la presencia humana. La hermosa tradición de que arrancaron las espinas de la corona de Cristo quedando indeleble en su garganta y
frente el tinte rojo de la sangre sagrada, les convertía en seres protegidos de las bárbaras pilladas infantiles, que terminaban cebándose en los pobres pardales.

En el colegio y la escuela se repetían, como si la estación
viniese a alentar el púlpito de una vena poética, versos y poemas
más o menos serios, desde el clásico pareado machadiano "la primavera ha venido / nadie sabe cómo ha sido", hasta el cruel y ripioso "primavera. primavera. / flor gentil de la ilusión / por ti florece la pera / el chorizo y el jamón", que, a mis ojos al menos, convertía la hermosa época en una especie de prosaico colmado lleno de cajas de frutas y de productos de matanza colgados de
sus vigas. Lo de la "prima Vera" era el acertijo, más cursi si se
quiere, con que las niñas contribuían a engrosar el repertorio de
chascarrillos. En realidad. lo que las lenguas anunciaban era el
reflejo de un estado de ánimo: no es que la primavera alterase la
sangre. sino que la hacía más fluida. otorgando a los sentidos una
sensibilidad que el invierno les había negado. A esa impalpable
inquietud contribuían los días más largos, el cielo más limpio, los
tiernos brotes de los árboles y plantas, la vida —en suma— que
comenzaba a desperezar como cada año.

Hoy día son otros gorjeos los que se anticipan a comunicarnos
este mensaje; los departamentos comerciales de los grandes almacenes, aprovechándose de la cristiana costumbre de celebrar el día
del padre o de la madre, han hecho florecer además en el calendario la fiesta de los enamorados, la vuelta al colegio, la ida de vacaciones, la montaña, la nieve, el mar, la playa, la Navidad, el libro, la oferta de oro, la oferta de plata y la intemerata. "Es primavera". ¡Cómo! ¿Y usted con esos pelos? Despójese inmediatamente de su gabán de equis miles de pesetas y de su bufanda
rebajada en enero y póngase al día, hombre; y usted, señora, ¿nota
como si le picase su hermosa faz?; naturalmente que sí: es su
maquillaje que tenía fecha de caducidad y le está pidiendo a gritos
esa "luz de primavera" (no le importe no saber pronunciarlo si
viene en otro idioma) que le va a hacer más mujer, más feliz y
más todo...

Y allá vamos en tropel, como si el perder esta oportunidad
fuese esencial para nuestras existencias; y nos ponemos la etiqueta, y nos quitamos la etiqueta y nos lo llevamos —sí, si, me lo llevo
puesto— y lo pagamos Dios sabe cuándo en cómodos plazos que
llegan (como la muerte) en el momento más inoportuno; y todo
esto nos distrae para no echar de menos esos ojos de ver golondrinas que se han cerrado para siempre.