Joaquín Díaz

LOS CIEGOS Y SUS COPLAS


LOS CIEGOS Y SUS COPLAS

Sobre la venta de pliegos y los contenidos de los mismos

12-05-1994


1996ciego.pdf
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La figura del ciego cantor (y vendedor) de pliegos con coplas
y romances, aún pervive en la memoria de gentes que han nacido
después de nuestra última Guerra Civil. Es por tanto, pese a la
aparente ranciedad de la imagen, un hecho reciente cuyas líneas
maestras, atractivas y populares, están latentes en la retentiva de
muchos, a quienes una simple evocación basta para despertar
situaciones, cantinelas, aleluyas de cartelón y otras instantáneas
dormidas o aletargadas en la trastienda del recuerdo. Ha sido el
ciego desde hace varios siglos —y basta con repasar manuales
dedicados a la literatura popular para comprobarlo— un creador e
intérprete con características lo suficientemente marcadas como
para causar un rechazo o una devoción en su auditorio; y puede
asegurarse que los ciegos sabían, bien por un sentido desarrollado
de la orientación, bien por un agudo olfato comercial, dónde colocarse en cada población para que nadie quedase indiferente a su
reclamo. Acerca de quienes se quejaban de su influencia sobre la
gente, cabría hacer un análisis sosegado para comprobar si sus
reproches estaban basados en una auténtica filantropía o surgían
más bien de un prejuicio hacia el medio de difusión utilizado al
que se consideraba demasiado "vulgar" o poco noble. Lope de
Vega, por ejemplo, ya se queja en un Memorial del flaco favor
que los romances y canciones transmitidos por los ciegos hacen al
gusto y moralidad públicos; lamenta al mismo tiempo que algunas
de sus obras anden impresas sin su permiso y, lo que es peor,
ignorando su autoría, careciendo además de la correspondiente
licencia o presumiendo de Comedias sin ser tales. Recuerda Lope
que una antigua costumbre permitía a los ciegos aprender oraciones para ser recitadas ante las puertas y obtener de ello limosna,
pero de aquella inocente tradición a este hábito tan perjudicial le
parece que va un abismo. Jovellanos, ya en el siglo de las luces,
rechaza la proposición del impresor Ybarra para editar sus poesías
en pliegos que puedan ser vendidos por los ciegos en las plazas.
Detrás del recelo, habitual entre los intelectuales, hacia esta forma
de comunicación tan directa y descarnada uno cree ver, además de
aceptables críticas a una literatura de ocasión, una cierta envidia
hacia un fenómeno verdaderamente popular o, incluso, hasta un
cierto pavor a enfrentarse con la posible reacción inmediata e
inmisericorde del público hacia la obra de arte.

Por otro lado, y ya en el siglo XIX, se producen protestas entre
medios de comunicación "serios" por la poca fiabilidad de las
noticias divulgadas por los ciegos en papeles impresos. Hay también un exceso de proteccionismo en los gacetilleros y periodistas
hacia el público, al que se intenta defender de patrañas y exageraciones poco acordes "con los tiempos modernos que corren". Se quejan los concienzudos cronistas de que los ciegos cantan coplas contra el Papa (aunque no dicen que es porque se ha metido en terrenos políticos), contra el Rey (cuando éste es Amadeo, un monarca extranjero). o contra la propia Constitución (cuando ésta
no refleja el sentir y los deseos de libertad de una Sociedad en
proceso de mutación). Pero lejos del apasionamiento transitorio
de esas opiniones uno cree adivinar en la actitud valiente y decidida de los ciegos cantores un prototipo radicalmente contrario al
que se nos ha descrito en algunos libros sobre la literatura de cordel y sus difusores. No hay duda de que tan audaz comportamiento era secundado en ocasiones por Hermandades u Organizaciones que amparaban colectivamente esos atrevimientos, pero aun así hay que reconocer una actitud progresista y decidida en quienes podían adoptar posiciones cómodas o conformistas escudados
en su desvalimiento.

Valladolid fue el verdadero centro regional de creación, publicación y difusión de pliegos; sólo de la Imprenta de Santarén salieron millones de ejemplares con las temáticas más diversas: crímenes, brujería, religiosidad popular, gozos, novenas, romances amorosos y de desamores, así como relaciones ocasionales
referidas a sucesos políticos o sociales del momento; como aquél
que cantaban los ciegos por las calles después de que José Bonaparte anunciara a los españoles, mediante la fijación de pasquines,
sus pretensiones:

En la plaza hay un cartel
que nos dice en castellano
que José, rey italiano
roba a España su dosel.

Y al leer este cartel
Manolo, pon ahí debajo
que me cago en esa ley
porque acá queremos rey
que sepa decir carajo.

¿Es imaginable esta retahíla u otra similar en un ciego de
nuestros días que con pacífica monotonía anuncia simplemente
que "para el sorteo de hoy"? Evidentemente está lejos la época en
que los cantores invidentes reunían a su alrededor, en la plaza de
Fuente Dorada o en la plazuela de los Ciegos, a varios centenares
de personas emocionadas o enardecidas por sus panfletos y proclamas. Nuestra Sociedad actual ha elegido —todas las civilizaciones y culturas conocen metamorfosis en el concepto de la Libertad— otras formas de desasosiego, pasando por alto figuras tan dinámicas e iniluyentes como las de los ciegos callejeros o reduciéndolas al simple papel de modernas pitias que machaconamen-
te insisten en que "la suerte puede llegar en cualquier momento".