Joaquín Díaz

EL COLEGIO


EL COLEGIO

Recuerdos colegiales

12-05-1994



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De mis primeros años de colegio recuerdo más situaciones que
objetos: quedan en la memoria, por ejemplo, los momentos en que
los Hermanos (estudié en el Colegio de Lourdes, por tanto con los
Hermanos de La Salle) nos llevaban en fila atravesando el Puente
Mayor hasta "La Finca", una extensión plagada de campos de fútbol de todos los tamaños donde pasábamos una tarde ejercitándonos al aire libre: o aquellos otros en que, quitando minutos al recreo, nos reuníamos los integrantes de la Escolanía para ensayar... Entre las muchas circunstancias retenidas hay dos, sin
embargo, que sobresalen muy por encima de las demás: El momento de besar la mano al profesor y las alubias del Hermano Federico. Acerca de la primera sólo recordaré la costumbre —perdida paulatinamente— de acercamos todas las mañanas a la mesa de nuestro maestro para besar su mano; sin duda que para esta
cortesía comprometida los Hermanos se lavaban cuidadosamente
con un tipo de jabón cuyo aroma aún se percibía con intensidad
en la hora temprana de la primera clase. Observaba yo un aire
algo artificioso en esta formalidad, como si algún maestro de
ceremonias hubiese insistido hasta la saciedad en el noviciado
sobre el modo correcto de extender la mano para el rito (con la
palma hacia abajo, ofreciendo los dedos como asidero y el dorso
para el ósculo). Lo del Hermano Federico era otra cosa; el Hermano Federico era tan alto como singular y en una de sus originalidades le dio por plantar alubias en una lata, añorante tal vez de los campos y huertas abandonados en su niñez al entrar en Bujedo.
Con la noticia de la instalación del minifundio nos transmitió la
prohibición de acercarnos a menos de un metro de la susodicha
lata y, desde luego, nos advirtió del peligro que correría nuestra
integridad física si se nos ocurría tocar lo que allí saliese con
nuestras manitas pecadoras. La plantación le servía al Hermano
Federico también para extraer algún recurso didáctico, pues además de ser un lugar decente donde nos podía mandar cuando se
hartaba de nosotros ( "¡A la lata!", gritaba mientras nos señalaba
el emplazamiento en que, de espaldas al resto de los compañeros,
debíamos permanecer, mirando las alubias, durante la hora entera
de la clase), constituía una perfecta excusa para justificar algún
que otro varetazo: "¿No veis lo que les pasa a las alubias? Para
que crezcan derechas hay que utilizar una caña como soporte.
Vosotros sois lo mismo: si no uso la caña os torcéis". ¡Pobre Hermano Federico! Con qué seguridad aplicaba a la vida real el ejemplo de la Naturaleza...