05-10-2015
Hace unos días decía en un acto similar a éste, que la edad y no otra cosa me está trayendo últimamente premios y reconocimientos. Pese a que todos son importantes y emotivos, hay algo que hace especialmente grata esta distinción, que achaco más a la generosidad del jurado que a mis méritos. Porque yo diría que no tiene demasiado mérito dedicarse a lo que a uno le gusta, y bastante pago recibe ya con lo que disfruta en su actividad. Sé que los premios son tan involuntarios como el nacimiento o la muerte, y que incluso el trabajo y los merecimientos de cada uno de nosotros -esos que aparentemente motivan el premio- tienen también unos precedentes sin los cuales no se explicaría la trayectoria personal. En mi caso quiero reconocer ese influjo en la vida de algunos familiares sin cuyo ejemplo probablemente no hubiese dedicado mi atención al estudio del individuo y su entorno. Mi bisabuelo Venancio, por ejemplo, molinero sucesivamente en Valladolid, Palazuelo, Viloria, Mojados, Iscar y Olmedo, me aportó muy pronto la pasión por los datos y el interés por la documentación. Mi bisabuelo había ido escribiendo en un cuaderno rayado los molinos en los que había trabajado, los hijos que había tenido, dónde los había bautizado, las enfermedades que habían padecido y hasta los cementerios en los que les había dado tierra cuando alguna dolencia grave se los había arrebatado, que -por desgracia para él- fue muy frecuentemente. Esa minuciosidad y ese interés por dejar a la posteridad conjuntamente emociones y datos me sirvieron muy a menudo de guía y de ejemplo.
También aprendí mucho del trabajo de mi padre, relacionado de forma tan cercana con la naturaleza y con la ecología, que alentó mis primeros estudios relacionados con la preservación del paisaje y con nuestra responsabilidad para cuidarlo y protegerlo. De mi madre, que se encargaba en casa de solucionar las cuestiones cotidianas de alimentación, vestido, creencias y lenguaje expresivo recibí el carácter y el comportamiento. Al menos desde que tuve uso de razón no recuerdo una sola advertencia o admonición de ella que no fuese acompañada de algún proverbio, frase, relato o dicho con los que nos proponía una pauta de conducta sin recurrir a la severidad de la norma. Ese inteligente y práctico método nos enfrentaba a la posibilidad de elegir por nosotros mismos una manera de ser y nos fue formando una actitud ética en vez de imponernos una prohibición o un escarmiento.
Con tales antecedentes, no es extraño que mi trabajo haya estado dedicado a la valoración y preservación de los conocimientos imprescindibles y útiles que recibimos de nuestros mayores.
Pero decía que el premio de hoy es más grato de lo habitual porque el jurado -volens nolens, que dirían los latinos-, me ha metido de hoz y coz entre personas e instituciones admirables que trabajan con altruismo y generosidad por el bienestar de quienes les rodean. Me siento muy orgulloso de figurar en esa nómina y agradezco que quienes han decidido que hoy esté aquí hayan pensado que mi trabajo merecía este honor.