Joaquín Díaz

DOCTORADO EN SAINT OLAF


DOCTORADO EN SAINT OLAF

Discurso del doctorado honoris causa

15-03-1985



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España ha tenido y sigue teniendo abundante material conservado por tradición que representa una notable aportación a la cultura e idiosincrasia de las gentes que habitan el país. Durante los últimos años, los trabajos de campo han perseguido una doble finalidad: de una parte, recopilar, anotar y estudiar todo lo tradicional aún vivo en el medio rural; de otra, convencer a la gente que todavía vive en pequeños pueblos para que no abandone o desprecie sus propios valores. Es innegable que entre los más jóvenes existe una tendencia -provocada muchas veces por los medios de comunicación- a despreciar o minusvalorar lo autóctono frente a un tipo de cultura más espectacular que les llega por conductos como la Televisión o la radio. Entre las personas que tienen más de 50 años (y que siguen apreciando lo heredado de sus mayores hay una especie de "vergüenza" o inhibición en los procesos de transmisión, de modo que, aunque no sienten ningún recelo en cantar o narrar un cuento a un investigador que se lo pida, sí lo aparentan en cambio a la hora de hacerlo a sus hijos o nietos, tal vez porque esperan de ellos una reacción negativa; reacción que efectivamente se ha producido y se produce (si bien en menor medida que hace unos años) por creer los jóvenes que todos estos conocimientos "no están de moda".
Hasta hace pocas décadas era un hecho universalmente aceptado que las zonas rurales alejadas de centros urbanos, o geográficamente aisladas, conservaban mejor la tradición que aquellas otras, cuyo contacto cotidiano con las costumbres, hábitos o melodías ciudadanas hacía debilitarse por momentos a una cultura secular. En la actualidad, sin embargo -y cualquier persona que realice trabajo de campo tendrá oportunidad de comprobarlo-, son estas últimas zonas las que imprimen mayor vitalidad a gran número de costumbres, ya que sus habitantes trabajan en la ciudad pero viven (o tienen oportunidad de hacerlo) en el campo, en contacto aún con la realidad de unas fiestas de unos ritos, que no sólo no se pierden sino que se adaptan a los tiempos y se mantienen pese a todo. Por el contrario, aquellos núcleos antaño preservados por su localización geográfica de toda contaminación, ven emigrar a sus hombres y mujeres sin posibilidad de recuperarlos para la vida comunitaria y sus tradiciones. Los jóvenes, presuntos depositarios de la cultura folklórica, entran en contacto más natural y fácilmente con su propio pasado viviendo en pueblos cercanos a una ciudad industrial donde pueden trabajar, que teniendo que abandonar para siempre el término rural en que nacieron para habituarse a una serie de circunstancias ajenas a su modo original de ser y comportarse.

En cuanto al medio urbano son muchas las "referencias" folklóricas que podemos encontrar en su cotidiana existencia; aunque, aparentemente, la cultura tradicional como fenómeno social haya perdido casi toda su influencia en las grandes urbes, aún se suelen eschchar refranes, relatos, canciones o supersticiones que, pese a estar fuera de su contexto o expresar un mensaje equívoco demuestran poseer una enorme fuerza. Creemos que la tradición no precisa de ayudas para mantenerse; se adapta perfectamente a la vida de una comunidad y es capaz de soportar los períodos de oscurecimiento o desaparición temporal de alguno de sus elementos, que volverán al cabo de años o siglos como si nada hubiese sucedido.

El primer paso en ese difícil proceso podría consistir en que cada uno recordara y estudiara frases, dichos, actitudes o costumbres que poseen posiblemente un origen rural y de los que es inconsciente e inadvertido portador.

Ejemplos, numerosos y diversos, nos ayudarán a descubrir la densidad de la trama formada por la tradición sobre las vidas de los miembros de nuestra comunidad. Entre esos miembros cobra cada vez más importancia -al estudiar el proceso evolutivo y el mecanismo de transmisión de la cultura tradicional- la figura del marginal, entendiendo por tal al personaje que vive en una comunidad pero no está totalmente integrado a ella; no pertenece a la base del pueblo y, de vez en vez, introduce elementos de una cultura distinta en el caudal de conocimientos colectivos; no siempre defiende los intereses del común de los individuos y su actuación sigue, en ocasiones, la directriz señalada por algún poder al que debe obediencia; posee un status especial dentro de la pequeña sociedad en que vive y sus aportaciones mueven o impulsan, por así decirlo, todo ese río de sabiduría popular que llamamos folklore. Por poner un ejemplo que clarifique la figura comentada y sus esquemas de actuación, añadiremos que tanto el ciego que canta o vende romances, como el alcalde que prohibe o permite costumbres, como el cura que incorpora nuevas canciones al repertorio litúrgico, como el instrumentista que recoge temas musicales en la ciudad y los integra en el baile tradicional, como el alfarero que copia una nueva forma que vio en el mercado, constituyen, junto a algunos otros, ese grupo de personas que, al igual que el jefe de tribu, el hechicero o el narrador de historias en sociedades primitivas, conservan la tradición y la hacen evolucionar con sus aportaciones. Será interesante comprobar que más de una vez son vehiculo adecuado para transmitir elementos de sociedades llamadas generalmente "cultas" a las sociedades populares y viceversa.

Por ser el Romance el género en que me he especializado y al que más horas de trabajo he dedicado, me veo en la obligación de mencionar, siquiera brevemente, alguna de sus características. Es un tipo de balada que representa a la literatura popular española por excelencia y sobra cuya realidad histórica, aún presente en nuestros días, cabría hacer estas cinco consideraciones.

1. Casi todos los textos tienen un diverso origen. Pueden proceder de un autor culto cuya inspiración aceptó el pueblo en determinado momento; o bien ser producto de la imaginación de un mediano poeta al que remedó después la propia comunidad con el uso continuado de su texto; o prevenir de antiguas historias anónimas cuya aparición se puede remontar a los siglos XV y XVI; o también estar basado en mitos clásicos que ya glosaron autores griegos o latinos.

2. Cada romance ha tenido diferentes vías de transmisión; es decir, una peripecia distinta: Puede haberse conservado en una localidad durante varios siglos amparado en la tradición oral de una familia; o haber recorrido en la voz de un ciego ambulante vendedor de pliegos toda nuestra geografía; o haber nacido para cantarse en un lugar y fecha señalados; o haberse transmitido entre los miembros de una profesión concreta (pastores, labradores, esquiladores, etc).

3. Casi todos los textos poseen su correspondiente música, pero ésta no se creó, necesariamente, al mismo tiempo que la letra; puede haber sido posterior o anterior y haber llegado a unirse por caprichosas coincidencias. Durante siglos hubo más textos que melodías; en la actualidad podemos comprobar que cada tema se recuerda, casi siempre, con distintos son en cada lugar en que se interpreta.

4. El romance sufre alteraciones de texto y melodía que dan origen a las versiones. El hecho de que un romance viva en muchas y muy diversas versiones puede atestiguar su antigüedad y aceptación. Estas variantes pueden ser generadas por varias circunstancias: Falta de memoria; falta de interés en quien escucha que fuerza al narrador a acortar la historia; aunditorio heterogéneo que le obliga a alterar frases o palabras que pueden resultar inadecuadas o impropias para algún componente de ese grupo (niños), etc..

5. Las clasificaciones existentes para los romances provienen, habitualmente, de los estudiosos y no del propio pueblo. Un narrador considera romance tanto el texto antiguo como al moderno; tanto al de verso octosilábico como al que mezcla estrofas de ocho y cinco sílabas. Esta amplitud de criterio ha permitido que lleguen a nuestro días, englobados dentro del mismo concepto, temas diversos que componen, junto con las canciones, un repertorio heterogéneo y variopinto: Junto a canciones aprendidas de la madre y de la abuela, se almacenan temas aprendidos en la escuela o en los juegos de infancia, además de melodías y coplas oídas en el baile durante la juventud y romances extensos, de esos que los cantores públicos y ciegos ambulantes solían vender por las plazas y mercados; a todo ello se suele añadir alguna pieza suelta perteneciente a una zarzuela que fue famosa en tiempos o algún cuplé que hizo furor en determinada época. Habría, pues que delimitar en el proceso o mecanismo tradicional, al menos tres aspectos: Recepción de material, decantamiento del mismo, y, finalmente, transmisión. Y en el primero de ellos tendríamos que clarificar qué parte corresponde a la entrega puramente oral y qué parte a papel escrito (romances, coplas, tonadillas, canciones de moda...aparecidas en pliegos, cancioneros y revistas ilustradas) cuya importancia se nos escapa precisamente por desconocer -el papel se suele destruir antes que la memoria- qué cantidad de textos llegaron a las manos de ese cantor o a las de su antepasado más próximo.

Parece, pues, que una de las graves amenazas que se ciernen sobre la sociedad rural, habitual recipiendaria de la cultura tradicional, es el desequilibrio al que le lleva el ataque de elementos ajenos a su idiosincrasia. Cierto que la comunidad rústica recibió en el pasado influencias canalizadas a través de la actuación de esos marginales a que nos referíamos en pasado comentario; pero todas esas nuevas ideas o aportaciones penetraron poco a poco y en un lapso de tiempo considerablemente amplio, de modo que su inserción en la vida cotidiana de ese grupo se llevó a cabo sin traumas espectaculares. No podemos decir lo mismo del momento actual, en que la vieja concepción de comunidad rural autosuficiente, casi perfecta en su forma, jerarquizada según normas seculares se ve amenazada y agredida en diferentes frentes: La jerarquía establecida desaparece (los ancianos dejan de ser lo portadores de cultura y experiencia para convertirse, a la luz de la nueva situación, en un elemento más del nucleo familiar; elemento incómodo en ocasiones). Los valores tradicionales (disfrute del tiempo, vida pausada, amor a la naturaleza, contacto afectivo o sentimental con la tierra en la abundancia y la necesidad, etc) se ven rechazados por leyes novedosas que basan sus principios en una filosofía que desestima los valores del espíritu y fomenta la ambición -al poder, al dinero- como motor de la conducta humana. La sociedad rural española, habitualmente desconfiada ante los cambios o progresos, deja entrar sin cuidado en su propia casa a los medios de comunicación (comunicando exclusivamente en una dirección, claro) que no solo inculcan un tipo de cultura ostensiblemente ajena y masificadora, sino que permiten a perfectos incompetentes opinar sobre lo humano y lo divino, viéndose esa opinion magnificada (por aquello de que el que aparece en televisión es importante) hasta el extremo de instar al espectador desprevenido a considerar lo que oye y ve como válido y aceptable, aun cuando, con frecuencia, vaya en contra de sus propias convicciones.

En resumen deberíamos intentar hacer compatibles el progreso y los conocimientos tradicionales. No podemos olvidar que una civilización, por muy sofisticada que sea, puede ir unida a un empobrecimiento total de las formas espirituales, llegándose a negar la importancia de la creación individual. Un pueblo aparentemente incivilizado, por contra, puede tener perfectamente resuelto su esquema social o de relaciones y pueden ser sus individuos admirables creadores artísticos.

Por supuesto que una defensa a ultranza de la cultura tradicional constituiría una postura errónea; nuestros siglos es el siglo de los "ismos", y cientos de escuelas y tendencias pretenden disputarse el privilegio de entrar en la Historia sin conseguirlo. Este constante cambio va a terminar algún día; de eso estamos seguros. Y en ese momento, convendrá que hayamos almacenado el máximo número de elementos tradicionales para que nuestros descendientes puedan seleccionar aquello que necesiten o sea funcional para su propia subsistencia.