25-05-2001
Tengo la idea de que un prólogo debe de ser como la puerta de una casa, un hueco suficiente y apropiado que nos va a permitir el acceso a una serie de estancias de cuyas características vamos a disfrutar. Siendo así, el prologuista sólo puede atribuirse las funciones de portero, que abre al lector y le invita a entrar con la mejor de sus sonrisas y el más exquisito de sus ademanes. En este caso, sin embargo, todo ese ceremonial que podría parecer exagerado, no responde a un artificio, porque el primero que conoce y aprecia el valor de lo que van a ver ustedes es quien les abre la puerta y les pide que traspasen el umbral.
La fiesta -como tantos otros aspectos de esa cultura antigua que, por su uso continuado, hemos llamado tradicional- ofrece al individuo de hoy, sea protagonista o mero espectador de aquélla, una buena oportunidad para reflexionar sobre sus contenidos. Probablemente el mayor reto para ese individuo está, justamente, en saber aceptar sin desacuerdo el valor de los rituales que él mismo practica o contempla e implicarse en ellos de una o de otra forma. Todos al fin, incluso los que pensamos ser sólo espectadores, estamos participando de una representación y ayudando a mantenerla. Y si decimos representación, hablamos de algo que se vuelve a representar, que se ofrece -de nuevo y siempre- a la consideración de un auditorio porque tiene un interés o sublima una idea. Las fiestas son, pues, trasuntos de remotas creencias, reflejadas en personajes y actitudes con los que todavía el ser humano se sorprende o se alegra.
Un catálogo de todos esos eventos, forzosamente supera el ámbito de lo provincial o de la escueta guía que conduce al lector al encuentro con lugares y personas. Ese catálogo nos remite a un pasado feraz e inesperado, nos entronca con la historia y las costumbres de un país, nos describe hábitos que confinan con la antropología y, en suma, nos ayuda a conocer lo más profundo de un pueblo. El autor de este libro, a quien tengo por uno de los investigadores que más y mejor han estudiado la provincia de Guadalajara, ha tenido la amabilidad de ofrecerme el quicial de esa abundosa casa que él ha sabido disponer con ilusión y esfuerzo para que luzca atractiva y ordenada. Ahora, tengan ustedes la bondad de pasar.