22-02-2000
Un tejedor sueña que entra en una cueva donde encuentra un
becerro de oro. Cuando quiere hacer realidad su sueño lo halla, en
efecto, y lo entrega al rey quien, en recompensa, le regala los
cuernos del animal con los que aquél manda construir el castillo
de Monleón.
Elizabeth Frenzel escribe en su Diccionario de motivos de la
literatura universal: "Los sueños siempre tienen en la
literatura, por principio, un significado.Si no ejercen influencia
en la acción, tienen, sin embargo, una función ambiental tanto para
los personajes de la acción como para el lector; cuando determinan
la acción, pueden formar la estructura de muy diversa
manera; cuando sirven para esclarecer la situación animica del que
sueña y por tanto tienen una función psicológica —como en la
literatura actual sobre todo—, son sólo en escasa medida lo que
el psicoanálisis ve en ellos, es decir, una emanación del pasado
psicológico del que sueña, segregan más bien una imagen refleja
de su situación interna momentánea. La función de una referencia
a sucesos futuros...parece encontrar apoyo en tesis recientes de
la psicología y parapsicología, que dan a esta función una base
fisiológica, ya que ven en el sueño el ejercicio de un proceso de
dominio anticipador de las posibilidades abiertas al hombre y a
partir de este punto de apoyo suponen también que se pueda
explicar la precognición del sueño premonitor".
Ramón Grande del Brío hablando acerca de este relato y de las
murallas de Monleón dice: "En la génesis de la leyenda intervienen
una serie de elementos fenomenológicos que es preciso destacar
en orden al establecimiento de las pertinentes relaciones
interpretativas. Así, la figura del tejedor, la cabra de oro, la
espelunca, la entidad maravillosa de la fortaleza construída, todo
ello se inscribe en un plano legendario desarrollado con el apoyo
de un conjunto de “instrumentos” históricos reales, a saber: un
castro, una cueva, un verraco prehistórico construido en piedra
y, naturalmente, el castillo y las murallas de Monleón".
Aunque el castillo y su torre son del siglo XV, por cierto con
adornos y figuras de animales, arecen advertirse unos cimientos
más antiguos que, en efecto, hayan dado origen a una leyenda
transmitida hasta nuestros dias desde la Edad Media, puede que
basada en temas anteriores como el del vellocino de oro donde el
carnero representaba la lluvia fecundadora.
EL CASTILLO DE MONLEON
En la oscuridad del dormitorio repasó mentalmente las
imágenes.Sí, había sido un sueño, pero qué nitidez en las
figuras, qué sensaciones más reales. Toda la escena había comenzado
cuando él y otros muchachos —ese sueño lo había tenido muchas
veces hasta ser ya un hombre— buscaban cobijo en el
pasadizo. Algunos decían que desde allí se llegaba por debajo de
la tierra hasta el pueblo más próximo, pero a ninguno se le
ocurría aventurarse más allá de unas varas; los padres les habían
advertido muchas veces de lo peligroso que era adentrarse en una
bodega o en una cueva donde faltara el aire: la vela o la antorcha
se apagaba y en pocos momentos uno quedaba como
aturdido, fallándole las fuerzas y dándose por afortunado si
alguien por casualidad le hallaba antes de perecer asfixiado.
Sin embargo en aquel sueño él se arriesgaba a penetrar en lo
más oscuro del túnel. Ya no le seguía ningún amigo; todos habían
quedado atrás, atemorizados por lo peligroso del lance o por miedo
al castigo paterno.
Aunque no llevaba luz ninguna sus ojos distinguían
perfectamente en la penumbra las paredes de la cueva. Algunas
dejaban ver, como heridas sangrantes, las humedades de los muros
rezumando por las mordeduras del pico en la peña. Pronto llegó a
una zona más iluminada donde se ensanchaba la galería. Allí una
voz interior le animaba a cavar; se agachó y con sus propias manos
comenzó a apartar el barro del pavimento. El terreno arcilloso
salía en pellas.Sus manos se iban endureciendo y ahora las
utilizaba a guisa de pala. Sin dificultad extrajo un montón de
tierra que, curiosamente, desaparecía tan pronto lo echaba hacia
atrás. Luego pareció que su cuerpo descendía de nivel hasta quedar
su vista a ras del piso.
Fue entonces cuando llegó la parte más maravillosa. A sus pies
estaba un pequeño chivo, todo de oro, cuyo cuerpo despedía una luz
vivísima. l metal brillaba desde dentro como si fuera
trasparente...
Tan pronto como amaneció arreció su curiosidad.¿Existiría aún
el pasadizo? Se vistió con presteza y casi sin tomar bocado se
dirigió al escenario de sus juegos infantiles y de su extraño
sueño. La maleza cubría ahora el lugar y sin embargo no le costó
encontrar la boca. Sacó chispa a un pedernal y con un poco de
yesca encendió unas escobas. Ya en el interior, y procurando llevar
siempre delante de sí la improvisada luminaria, fue descubriendo
a través de un largo corredor algunas señales dejadas en las
paredes; todas tenían forma de pico de flecha y conducían
directamente al subterráneo más angosto y peligroso.
No lo pensó dos veces;introdujo primero la luz y la cabeza y
después el resto del cuerpo. Cuando sus ojos se acomodaron a la
escasa iluminación...¡Dios del cielo! Allí estaba el cabrito de
sus sueños.
Esperó a tranquilizarse. El corazón le latía apresuradamente
dentro del pecho. La figura parecía de oro...Pero ¿quién le iba
a creer que lo había encontrado? Todos le acusarían de loco o de
ladrón. La Justicia se echaría sobre él. ¿Cómo un pobre tejedor iba a hacerse rico de repente? Lo pensó major. Daría parte a la Autoridad y si le recompensaban por el hallazgo levantaría una torre allí mismo. Mentalmente rezó una breve oración a san Leonardo, su patrón, y corrió afuera…