05-03-1995
Suelen los poetas preparar cuidadosas antologías con los versos más preciados de su producción; a través de ellas intentan que el lector construya una imagen favorable de su persona y que aprecie los aspectos textuales de los que íntimamente, están más satisfechos. Pocos hay, sin embargo, que aborden la publicación de su obra completa sin recelo, invitándonos de ese modo a seguirles a través del arduo peregrinaje de su estética y de sus emociones. Parece evidente que quienes así obran no están demasiado preocupados por el éxito comercial de la edición sino más bien por dar noticia pormenorizada de su existencia por medio de la voz escrita. Lola Calero, además de haber emprendido tan incierto como apasionante camino pertenece a ese tipo de poetas "decidores" a quienes no les basta escribir sus ideas sino que necesita cantarlas; la impresión que produce la simple lectura de sus textos es incompleta sin la audición, que concluye y equilibra lo expresado. Todas sus inquietudes, su soledad íntima, su preocupación religiosa, su impaciencia social necesitan de un cuerpo (unos rasgos, unas letras) para ser fijados sobre un papel, pero también de un alma, de una forma de expresión vagabunda y libre que garantice la independencia de los conceptos. Creo que de esta manera, Lola extrae de sus pequeñas derrotas personales, nobles victorias sobre sí misma y sobre las personas y las cosas que le rodean en su mundo poético.