06-07-2000
En el transcurso del siglo XX, los Museos –cualquiera que fuese su origen y contenido- han ido ajustando su idea primigenia, así como sus características de funcionamiento, a la realidad. Esa realidad ha venido determinada por una constante social que se podría resumir en la palabra “comunicación”. El siglo que acaba ha sido un período de tiempo en el que cualquier acto, por individual o intrascendente que nos pareciese, tenía un reflejo en la pantalla o en el escenario sobre el que personas y colectivos desarrollaban su papel. La Comunicación, pues, no ha sido sólo un concepto relacionado con la formación o la información del individuo, sino un sistema organizado para conseguir que todos aquellos conocimientos o noticias que se producían o se generaban, llegasen de forma adecuada o atractiva al receptor.
Los Museos, como digo, no han estado de espaldas a esa tendencia y los distintos niveles que componían su organización interna no han podido mantener por más tiempo una estratificación que conllevara aislamiento o supusiera falta de comunicación entre los profesionales dedicados a la actividad museística. Es evidente que la idea que el director o el conservador de un Museo pretenden transmitir, debe ser conocida en toda su dimensión por quien va a montar la exposición o la colección museística y por quien va a preparar y ordenar los materiales didácticos para visitantes. Estos, a medida que ha ido avanzando el tiempo, han ido aumentando las posibilidades de integrar la idea o ideas comunicadas en su propia formación y han dejado de ser, por tanto, simples espectadores. Es curioso, porque esta actividad intelectiva contrasta con la actitud pasiva que el individuo de hoy muestra hacia aquellos actos –fiestas, costumbres, etc- en que tradicionalmente el ser humano se integraba en la colectividad a través de una participación consciente o inconsciente. Podríamos deducir, pues, que este siglo ha llevado a las personas hacia un tipo de aislamiento que favorece más la recepción de ideas o el juego de los conceptos que la simple actividad física o somática.
Decía que en el funcionamiento de un Museo no debe de existir incomunicación entre departamentos. Recientemente asistí en el Castillo de Magalia, en las Navas del Marqués, a una reunión de todos los directores de Museos de instrumentos musicales de España. En dicha reunión se acordó adoptar una base de datos común en la que conservación, fondos documentales, museísticos y bibliográficos y archivos administrativos estuviesen integrados y relacionados asimismo con la gestión de imagen. Los campos previstos en esa base de datos además, coincidían en un 85% con los que se estaban estudiando en otras dos bases, una francesa y otra inglesa con la finalidad de integrar todos los museos europeos que así lo soliciten en una red informática que permita coordinar esfuerzos y facilitar información. Parece que detrás de todo esto y de la velocidad a la que se está funcionando pueden atisbarse grandes intereses, y el hecho de que Bill Gates esté adquiriendo apresuradamente los derechos de importantes archivos de imagen o que se vayan creando en el mundo sociedades para la protección y gestión de las artes plásticas con especial interés en lo visual, lo confirman. Pero esto es otra cuestión de la que, indudablemente, habrá que hablar y pronto. Lo importante es avanzar en la creación y puesta en funcionamiento de políticas de comunicación para los museos que tengan coherencia y disfruten de una adecuada gestión. Es cierto que no conviene –sería un grave error- tratar de conocer al público que visita los museos, sólo para poder crear exposiciones o colecciones “a la carta”. Los Museos deben despertar el interés y la curiosidad, crear afición a la investigación, facilitar métodos o sistemas para que esa misma investigación sea fructífera y finalmente proponer ejemplos para el estudio del ser humano y su impresionante entorno. Y todo ello ordenado estéticamente y bajo la cobertura de una deseada ética. Nada más y nada menos.
Esa coherencia a la que hacía mención antes tendría relación, por ejemplo, con el acierto en la adquisición de nuevas piezas u objetos museísticos que no sólo tengan un valor científico o artístico sino que se adecúen al uso que la propia función comunicadora del Museo les reserva. Esta idea abierta y concomitante del Museo debe realizarse, sin embargo, con suma prudencia y bajo una actuación colegiada de todas las personas que integran sus diferentes niveles, lo cual no siempre es sencillo.
Desearía que este Curso hubiese sido un foro abierto a las ideas y a las propuestas, por lo menos en la medida que lo hemos querido los organizadores. No quisiera dejar pasar la oportunidad que me brinda esta clausura de anunciar el tema propuesto para el próximo año que tendrá que ver con la conservación y restauración de fondos en Museos dedicados a la música. Lejos de ser una propuesta demasiado especializada se comprobará que la práctica totalidad de Museos provinciales cuentan con piezas de este tipo y que muchos de los denominados etnográficos tienen entre sus fondos instrumentos que producen algún tipo de sonido o que se han utilizado eventualmente para producir y crear música. Las técnicas utilizadas sobre la piel, madera u otros materiales pueden ser aplicadas con ventaja además en muchas otras circunstancias. “La Música y los Museos: Conservación y restauración de fondos”, será, pues, el tema del año 2001.
Agradezco a todos su interés y su presencia y emplazo a quienes lo deseen para la próxima cita . Muchas gracias.