Joaquín Díaz

MARÍA SÁNCHEZ PÉREZ


MARÍA SÁNCHEZ PÉREZ

Palabras en la tesis doctoral de María

05-09-2006



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Si alguna ventaja se puede deducir del hecho de ostentar la presidencia de un tribunal, sin duda sería la de haber sido precedido en el uso de la palabra por ilustres doctores que ya han hecho un excelente análisis del trabajo que hoy se juzga y que me ahorran la posibilidad de ser reiterativo en las apreciaciones que sobre el mismo podrían destacarse. No me resisto sin embargo, ya que es una de las funciones del presidente de la mesa, a hacer algunas breves consideraciones finales.
Desde que en épocas recientes comenzó a abordarse el estudio sistemático y plural de las Relaciones de sucesos dentro del género de los pliegos sueltos (Víctor Infantes propone la fecha de 1966), van sucediéndose las investigaciones encaminadas a conocer desde diversas perspectivas la gestación, invención y difusión de este tipo de papeles. La tesis de la doctoranda María Sánchez Pérez se enmarca en esa nueva intención, que concede la misma importancia al estudio histórico-literario –las Relaciones fueron literatura cronística- y a la repercusión social que los hechos narrados motivaron. La imprenta fue el vehículo intermedio de comunicación pero esta tesis revela además la importancia del estudio de la mentalidad de los autores –independientemente de la información que transmitían- y su coincidencia en los códigos comunicativos con sus lectores-oyentes. El repertorio bibliográfico utilizado se enriquece definitivamente con el estudio pormenorizado de las Relaciones sobre casos “Horribles y espantosos” que se lleva a cabo en la tercera parte de la tesis. El acercamiento de la temática a los tiempos presentes se hace patente no sólo por la violencia de su contenido y la inconsciente atracción que tenía para amplísimos sectores sociales, sino por la similitud de fórmulas empleadas en su transmisión que sugieren la permanente validez de esas mismas formas así como el descubrimiento de un “estilo” de comunicación que subyace bajo la propia literatura. Ese interés social por los temas en que la violencia física se manifiesta como origen, como medio o como fin de determinados conflictos humanos, tal vez alimentado durante siglos por la propia épica o por los mitos en que unos protagonistas debían vencer a otros por la fuerza, ha desarrollado un gusto por lo morboso que, en ocasiones, se desvía hacia lo mórbido. Creo que la doctoranda acierta al encontrar similitudes entre los estilos aparentemente distintos de los ciegos copleros, de los gacetilleros de las primeras publicaciones periódicas y de los periodistas sensacionalistas de hoy, pues en todos se manifiesta claramente la necesidad de marcar el hecho relatado, por inusitado que parezca, con el marchamo de lo verosímil y adornarlo con el valor añadido de la credibilidad. Copleros y periodistas son observadores vicarios de la realidad y utilizan, aprovechándose de las propias facultades que la sociedad ha delegado en ellos, un estilo que aúna cualidades personales (voz, gesto, capacidad de comunicación) con rasgos identitarios que sugieren una mentalidad y un lenguaje comunes entre quien narra y quien escucha.
Creo que habría sido muy interesante que la doctoranda se hubiese adentrado algo más en el estudio de algunos de los recursos usados por los copleros, como la voz o el gesto, que siempre son mencionados pero rarísima vez desentrañados. Hay que tener en cuenta que la voz es el único signo vivo frente a la frialdad mortal del texto e incluso que la lectura o la recitación de éste jamás ofrecerá tantas posibilidades como la musicalización. Una parte muy importante de los textos estudiados nacieron para ser cantados: no tendría sentido, por ejemplo, un exordio en el que se solicita la atención del público si no se interpretara salmodiado o en forma de atrayente recitativo, de modo que esa forma en que se va a transmitir el discurso debe pesar o al menos incidir de alguna manera sobre las técnicas de la retórica que habrá de usar el autor. No debe, por tanto, analizarse el modelo composicional sin advertir en el autor esa complicidad básica con el intérprete, si es que no se trata –como sucedía en tantos casos- de la misma persona. Creo que no debemos tener miedo a trabajar en esos supuestos, a seguir ese camino que no es tan intransitable como se podría pensar y que tiene mucho que ver con la figura y reacciones de un artista, en cuyos procesos creativos se destacan determinadas actitudes que no varían aunque las modas estéticas cambien, que no difieren con el paso del tiempo y que responden a idénticos reflejos. En cualquier caso, hay razones de peso para pensar que buena parte de ese repertorio era cantado y que la interpretación melódica lo hacía más atractivo e interesante. Ahí están las clásicas y frecuentes advertencias: “se canta al tono de”, que viene a significar que el texto podía contrahacerse con una melodía conocida. No estoy de acuerdo, si he entendido bien las palabras de la doctoranda, con la idea de que el artista solicitara la intervención del público para acompañarle por el hecho de que ese mismo público conociera la melodía. La advertencia se hacía más bien para que el lector, ya en la tranquilidad de su casa, supiera qué melodía se ajustaba mejor o venía más a propósito para interpretar un texto concreto. Probablemente el autor de ese texto había estado canturreando esa melodía como base para componer los versos de la nueva composición y dejaba constancia así de que a él le había servido para sus propósitos.
No es necesario insistir en la permanente actualidad de temas y técnicas, si bien la doctoranda recuerda apropiadamente en algunos momentos de su trabajo las similitudes entre el siglo de Oro y nuestros días. Que el tono del Conde Claros era popular, lo manifiestan las múltiples variaciones que se escriben en el siglo XVI sobre su melodía, una de las cuales está consignada por Francisco de Salinas, precisamente catedrático de esta Universidad, en su obra De Musica Libri Septem. Pero que La renegada de Valladolid ha seguido siendo popular durante cuatro siglos lo pueden atestiguar versiones o pliegos recogidos en diferentes lugares e incluso alguna versión todavía cantada hace menos de cuarenta años que tuve ocasión de escuchar en mis primeros trabajos de campo.
En fin, que no puedo dejar de manifestar mi entusiasmo por la elección del tema para esta tesis y el acertado criterio seguido por la doctoranda para su compilación, clasificación y estudio. Felicito a la doctoranda por el resultado de su trabajo y al director de la tesis, que es una de las personas que más sabe sobre la cuestión, por haber conducido a María Sánchez Pérez por los caminos más adecuados y fructíferos.