Joaquín Díaz

ZAMARRAMALA


ZAMARRAMALA

Para un libro de Antropología sobre la fiesta segoviana

12-01-2005



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La Antropología, como cualquier otra disciplina científica sobre cuya evolución pueden incidir diversos factores (orientación académica, tendencias sociales, gustos personales), ha ampliado su campo de acción a lo largo del siglo XX. Uno de los terrenos en los que ha encontrado la posibilidad de desarrollar una investigación objetiva y abierta, ha sido el de la fiesta. El fenómeno festivo, capaz de aglutinar inquietudes vitales con los intereses varios del investigador ha permitido a éste abordar análisis muy valiosos sobre hechos y situaciones que se han transformado en los últimos cuarenta años mucho más de lo que lo hicieran en los cuatrocientos anteriores. El cambio que se ha producido en la sociedad española, decididamente ciudadana al final de un largo proceso que ya se había iniciado en el siglo XIX, ha proporcionado una visión distinta sobre lo rural y sus circunstancias. Ha permitido, asimismo, reflexionar acerca de la capacidad evolutiva de aquella misma sociedad, dispuesta a abandonar a toda costa su extracción rústica para asentarse, no sin problemas y sin protestas de algún sector, en la globalización. Durante todo ese proceso, largo y áspero, los vectores que han guiado las actitudes sociales –por parecer contrapuestos y aparentar tendencias antitéticas-, han sido (como en siglos anteriores, no nos engañemos), la línea conservadora frente a la innovadora. No es el momento para hablar de la esterilidad de este tipo de confrontaciones que, lejos de hacer avanzar positivamente a una comunidad, la enzarzan en discusiones bizantinas con resultados más que dudosos pues enemistan entre sí principios absolutamente básicos, tanto para la vida del individuo como para la de cualquier grupo social, entre cuyas virtudes debería ser una de las primeras la de mirar al futuro con la base imprescindible de la experiencia. Aquella dualidad, con dos fuerzas o principios tan claramente arraigados y tan necesarios en el núcleo social como lo antiguo y lo nuevo, el antes y el después, no sólo sirve para marcar decididamente el rumbo de una sociedad o la inclinación de sus individuos sino para crear binomios sobre los que la Antropología despliega gustosamente su método y su análisis: pueblo frente a poder, fiesta frente a espectáculo, auge frente a decadencia, mujer frente a hombre, inversión frente a diversión, naturalidad frente a ficción, cultura como parte inalienable de la existencia frente a cultura como derecho social...
Podría decirse que hay pocas fiestas en España tan conocidas a todos los niveles como la de Santa Agueda en Zamarramala. Sus características y peculiaridades son estudiadas en este libro a la luz de la razón, matizada por el velo del afecto, de lo entrañable, del sentimiento. La autora extrae sus aportaciones, sus consecuencias, tras vivir la fiesta y convivir con sus protagonistas. Ningún aspecto de la cuestión, por tangencial que parezca, ha sido ajeno a la investigación rigurosa de Soraya, quien ha recopilado para nuestra consideración un material asombrosamente abundante y, en algunas cuestiones, clarificador. En su haber debe anotarse también que su acercamiento progresivo al tema no generó prejuicios sino que sirvió para ir levantando pilares sobre los que construir después más amplia y sólidamente sus argumentos. Es posible que el individuo de hoy tenga dificultades para desarrollar con naturalidad su papel sin contar con las instituciones que le representan; es probable incluso que esa circunstancia haya incidido negativamente sobre su participación en la vida colectiva. Más aún: es seguro que el hombre y la mujer actuales se han salido de sus fiestas y hábitos para contemplarlos desde fuera o al menos para verlos reflejados en el espejo, con todas las consideraciones positivas y negativas que se derivarían de esa eventualidad. Hay que reconocer, en cualquier caso, que las transformaciones experimentadas durante los últimos cien años en las costumbres de los españoles, de los segovianos, de los zamarriegos, son ya un capítulo más, el último de momento, en la historia de nuestra cultura y por tanto algo que nos concierne a todos y a todos nos debe preocupar.