02-04-2009
Aristóteles entendía el paso de ser en potencia a ser en acto como la definición del movimiento. Entre ambas circunstancias mediaba un espacio que, en algún momento, necesitaba un acto de voluntad, una decisión de transgredir un límite, probablemente más allá de la física, que nos permitiera “acceder” o dar un paso de un estado al otro. Ese acceso –parece que la lógica lo pedía- requería luz para que nuestro paso no fuera en falso o para que se iluminase nuestra pisada. El umbral se convirtió así de línea fronteriza en límite iluminado, en “lumbral”, que nuestros pies habrían de atravesar para pasar a otro estado. Johann Friedrich Herbart nos aportó la idea de convertir ese límite material, concreto, en puerta virtual del conocimiento y Ernst Heinrich Weber, el creador de la psicofísica, continuó sus estudios relacionando sensaciones y estímulos. Así el umbral pasó, de ser solamente una posibilidad de entrada a ser el confín de nuestros propios sueños.