23-04-1996
La comunidad rural -las pequeñas ciudades, pueblos, aldeas y lugares- fue desde hace siglos el ámbito más adecuado para practicar, desarrollar y transmitir lo que hoy día conocemos como cultura tradicional, es decir, todos aquellos conocimientos que, decantados por el uso, iban comunicándose de padres a hijos con las lógicas variantes que cada generación introducía. La ciudad grande, con su movimiento cultural, económico y social, era un lugar más propicio a la "revolución" de los conocimientos y las formas de convivencia y, por tanto, menos adecuado para la supervivencia de la tradición. Esa pertenencia a ámbitos inamovibles en los que uno vivía y trabajaba sintiéndose como propietario de sus recursos y conocedor de todos sus resortes, ha desaparecido en nuestro siglo -el siglo de las crisis- y nos ha convertido a la fuerza a todos (ciudadanos y rústicos) en individuos universales, suprimiendo muchas diferencias y factores de identificación. Entre esos factores que se tambalean o sobreviven a duras penas está la cultura tradicional, basada habitualmente en el mundo de la palabra, mundo al que tanto los medios de comunicación, como el actual culto a la imagen están debilitando constantemente. Un bien cultural -cualquiera que sea- no se mantiene si no se valora y no se valora si no se entiende; al no entenderse no se practica y llegamos así a la conclusión de que la vergüenza sentida por muchos habitantes del medio rural hacia su propio patrimonio material y espiritual (vergüenza fomentada en el último siglo por el mismo Estado, que se empeñó en que significaran lo mismo los conceptos "antiguo" y "caduco"), motivó el que se huyera de las raíces y no se participara en ningún aspecto de la vida que le emparentara a uno con lo rural y menos aún con cualquier tipo de tradición.
Los especialistas suelen dividir la cultura tradicional en dos grandes apartados: el mundo de las creencias y el mundo material. Ambos conformarían toda la vida del ser humano: sus relaciones, su trabajo, sus formas de expresión y diversión, etc. En el primero estarían las ideas y conceptos de uso común (formados a lo largo de una dilatada historia), el lenguaje (como vehículo de materialización y comprensión de esas ideas) y los ritos y símbolos (donde se encuadrarían las costumbres, fiestas, etc). Lo material estaría constituido por la arquitectura (vivienda y construcciones auxiliares), los aperos (enseres, útiles de trabajo, mobiliario) y la indumentaria. En este aspecto no es Castilla y León una excepción al fenómeno sucedido durante los últimos setenta u ochenta años en el resto de Europa y así se han eliminado, so pretexto de modernidad, formas arquitectónicas tradicionales, materiales de construcción muy válidos y contrastados que hoy vuelven a utilizarse (para sorpresa de muchos) en los paises más avanzados, etc. Cualquier oficio tradicional o forma de artesanía se ha equiparado equivocadamente con una actividad industrial, midiéndolo con el mismo rasero y acabando sistemáticamente con las producciones familiares que antaño sirvieron no sólo para crear objetos funcionales y estéticos sino para cubrir todas las necesidades de los habitantes de pequeñas poblaciones permitiendo que éstas fuesen prácticamente autónomas.
El mundo de las creencias, tal vez por estar más arraigado y ser algo más personal, ha corrido mejor suerte (si de suerte cabe hablar) y ha resistido los embates del progreso mal entendido. Cualquier pueblo de Castilla y León conserva hoy su fiesta local (a veces hasta dos o tres advocaciones religiosas) con todo lo que ello conlleva -música, danzas, instrumentos, costumbres- y muchas celebraciones comunitarias, siendo normalmente la familia, algunos grupos sociales o las antiguas cofradías los que se encargan de preparar y llevar a cabo todos estos festejos que, frecuentemente, son una afirmación de la comunidad en las creencias de los mayores y, en ocasiones también, una simple excusa para la reunión de esos parientes o amigos que ya no viven en el pueblo y acuden a él sólo para esa fecha determinada.
De todo el rosario de celebraciones que iba encadenando unos ciclos del año con otros sólo quesa, sin embargo, algún hito que, eso sí, todavía recuerda lo importantes que fueron las fiestas para nuestros antepasados, así como la oportunidad con que la Iglesia o la propia comunidad situaban las fechas dedicadas al descanso, la alegría o el recuerdo, de modo que no estorbasen tareas fundamentales para la economía doméstica o para el buen desarrollo de la riqueza común. De las fiestas del ciclo de Carnaval (San Antón, San Sebastián, Candelas, San Blas, Santa Agueda y Carnestolendas -con el jueves lardero, el entierro de la sardina, el domingo de piñata, etc.-) se puede decir que la que mejor ha resistido al paso del tiempo ha sido la de Santa Agueda, y ello no sólo por la época en que estaba situada y su significación, sino por ser sus protagonistas -las mujeres casadas y solteras sobre todo- las auténticas impulsoras de la cultura en los pueblos, debiéndose hoy día a su cabal comprensión de los problemas del medio rural, las mejores y más eficaces iniciativas culturales encuazadas a través de cofradías y asociaciones. Queda también, como ejemplo de las celebraciones llevadas a cabo por las antiguas sociedades de mozos, la fiesta de los quintos que reviste diferentes formas aunque casi todas ellas sigan teniendo como motor la demostración pública (y más que nada la demostración al colectivo de mozas en edad de merecer) de valentía, destreza o fuerza. La afirmación de juegos violentos (cruentos muchas veces) que hoy día -desprovistos de su simbolismo original, diluidos sus verdaderos orígenes y destacados sólo sus aspectos más brutales- tienen pocas posibilidades de sobrevivir en una sociedad que acalla las malas conciencias individuales con pequeñas prohibiciones de este tipo al haber comprobado que ya no está al alcance de la mano la posibilidad de decidir sobre los temas importantes.
El Carnaval ha perdido buena parte de su esencia al pretender "dirigirse" en muchos casos desde las instituciones públicas, quedando limitadas las iniciativas particulares y las bromas al más escueto y vulgar estereotipo; la imitación de espectáculos foráneos ha inhibido, además, a mucha gente de participar, haciéndoles asumir el papel de espectadores.
Lo que Caro Baroja denomina "estación de amor" ha mantenido varias fiestas aunque sin el esplendor ni la alegría de antaño. El Corpus Christi, por ejemplo, que paralizaba hace siglos la vida del país, volcado en suntuosas procesiones donde estaban representados todos los estamentos de la sociedad, se ha visto reducido en la mayor parte de los casos a un fiesta local (en aquellos lugares donde no se lo ha expulsado del calendario festivo), alentada por las cofradías. El mayo y la hoguera de San Juan siguen siendo privativos de la mocedad, tratándose en el primer caso de "plantar" en el medio de la plaza un árbol alto y desmochado cuyo extremo superior se adorna con ramas y frutas, y en el segundo de "saltar la hoguera" convirtiendo lo que en otras épocas fue un rito lustral en un juego o entretenimiento donde participan jóvenes de uno y otro sexo. Las fiestas de la mitad del verano (la Virgen de Agosto, San Roque...) son las que han visto aumentar más la participación popular al coincidir con épocas en las que antiguos residentes de los pueblos vuelven a su solar para el veraneo. En casi todo el territorio de la comunidad estas celebraciones van unidas a festejos taurinos, lo que las hace -dada la taurofilia de la meseta central- más del agrado de la mayoría.
En lo que respecta a las celebraciones del ciclo otoñal, sobresalen aquellas en que intervienen elementos gastronómicos, lo que indica hasta qué punto se ha materializado la vida tanto en la ciudad como en el campo. Así, la vendimia ha pasado de ser un quehacer familiar y funcional a convertirse en una fiesta con énfasis en los temas turísticos y comerciales, que son los que parece que se priman más hoy en día y también, por otra parte, los que mantienen vivas (guste ello o no) muchas de estas fiestas, si bien transformando símbolos y eliminando muchos "toques" personales; Frente a la desaparición de las "pullas" de la vendimia se mantienen las bromas de la matanza, costumbre familiar y necesaria todavía para las economías rurales, además de un ejercicio de solidaridad (virtud tan poco frecuente en nuestros días). "Con la ayuda del vecino mató mi padre un cochino", dice un refrán de los que todavía tienen sentido y vigencia, cosa que ya no sucede con casi ninguno de los meteorológicos habida cuenta de la atmósfera tan inconsecuente y casquivana que tenemos.
Para finalizar cabría destacar dentro del ciclo invernal todas las recuperaciones de pastoradas y autos de Reyes, textos dramáticos dieciochescos, declamados y cantados por pastores o gente del propio pueblo, cuya representación dentro o fuera de la iglesia mentiene viva una tradición medieval de autos en celebración del nacimiento de Cristo o su adoración por los Magos. Todo acto que no es para uno mismo y toda actividad que vaya más allá del círculo de lo íntimo suelen conllevar una puesta en escena, pero hoy día casi todos esos sucesos se han convertido en verdaderos espectáculos en los que no siempre se da la circunstancia de que los asistentes comprendan el verdadero y hondo valor de lo que contemplan. No es extraño, por tanto, que algunas cofradías de Bercianos de Aliste (Zamora), por poner un ejemplo simplemente, alteren los horarios preestablecidos en las guías turísticas para evitar aglomeraciones y faltas de respeto en una ceremonia que supone tanto para sus particulares creencias e incluso para su forma especial de entender la existencia: La vida es una escuela para aprender a morir.
Si tuviera que hacer un balance, pese a lo dicho, éste sería positivo pues todos los problemas mencionados son secuelas de una errónea interpretación de la historia y de una ingenua confianza en el idílico mundo de la industrialización que previeron los dirigentes de hace cinco o seis décadas. Hoy día muchos jóvenes, sin embargo, vuelven los ojos hacia un pasado riquísimo cuya existencia han conocido sólo por referencias pero del que intuyen tuvo que ser muy interesante; así, músicos virtuosos desde temprana edad esperan su turno para sustituir a los viejos maestros y, cada vez más, la gente joven no juzga incompatibles las costumbres de siempre o la música de tracidión, con la vida y las formas actuales. Hay una inmensa mina sin explotar que espera la iniciativa y la creatividad que no tuvieron las anteriores generaciones.