Joaquín Díaz

ALI DI CARTA


ALI DI CARTA

Para un libro de Fratelli Mancuso

02-08-2001



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Todos los hombres tenemos la vida encadenada a algo: Hay cadenas de oro que aprientan y hacen sangrar; también las hay hechas de violencia, que necrosan los miembros. Otras, trenzadas con el viento de los atardeceres de otoño, nos atan a la melancolía o al desencanto.

Las seis cuerdas que traban a Enzo vibran al son de su propio destino: hoy suenan con melodía suave, dulces como una caricia o leves como la ilusión, y mañana se agitan, estremecidas como un arbolillo en medio de la horrorosa tormenta. El tañido del destino obliga al poeta a mantener una y otra vez la tensión de esas cuerdas, en un esfuerzo persistente por conservar el temple que fatiga tanto como la propia vida. Sólo sufre el que conoce, siquiera ese conocimiento que aplasta, que tortura, que angustia en las horas nocturnas cargadas de sombras y monstruos, vaya pulimentando el alma como la soga suaviza la piedra del brocal. Qué importa que sea la muerte, o la vida, o la injusticia, o el dolor, o la efímera alegría: el destino pulsa arbitrariamente y sacude el alma de Enzo; la cuerda que ha vibrado en fraternal unísono con Lorenzo en tantos momentos, se estremece y tiembla hasta la ondulación postrera: Por el exilio físico y por el exilio interior, por los niños que crecen y ensucian su calzado recién estrenado, por la pena de los ojos inocentes, por las palabras que se despiden, por la memoria que martiriza siempre, eternamente...