02-11-2005
Los relatos populares de origen antiguo han sufrido, a lo largo de los tiempos, innumerables asedios de exégetas, mitólogos, pedagogos, sociólogos, moralistas, psicólogos y humanistas que, en general, descubrieron en su contenido motivo suficiente para considerarlos abominables, maravillosos o simplemente utilizables. En efecto, en los cuentos de origen remoto y desconocido se desvela una procupación moral del género humano por transmitir experiencias y convertirlas en norma para las siguientes generaciones. Hay en todos ellos, por tanto, un catálogo de modelos de actuación, unos conocimientos para usar y guardar en común, pero también una vía retrospectiva a épocas pretéritas en que el individuo soñaba más que hablaba. Los primeros mitos de la humanidad estaban demasiado unidos a la infancia del hombre como para que se pudieran desvincular de la propia existencia, de modo que los seres fantásticos y los seres humanos se hermanaban en el relato y convivían. Fue en épocas posteriores y más cercanas a la nuestra cuando los mitos tuvieron que proveer a los instintos de la satisfacción que la realidad los negaba. Entonces comenzaron a desvincularse dos mundos que habían coexistido en la esfera de los sueños, ese espacio que siempre proyectó sus luces y sombras sobre la vida del individuo para intranquilizarle y obligarle a avanzar…
A ese espacio accede Ostern, con su importante bagaje artístico, en esta exposición, en la que los pequeños protagonistas de cada relato se nos muestran como un puente entre la naturaleza y la cultura, como unos vigilantes del orden cósmico y al mismo tiempo sus víctimas. Las fauces que los devoran finalmente son como la boca del dragón de Marte, que, según nos cuenta Ovidio en Las Metamorfosis, trituró a los compañeros de Cadmo, quien se vio forzado a derrotar al monstruo, arrancarle los dientes y plantarlos para que naciera de ellos un nuevo pueblo. El resultado del trabajo de Ostern es una invitación al paseo por un mundo maravilloso en el que tan pronto deambulamos por la tradición, como caemos a un vacío oscuro o nos vemos obligados a ser deglutidos y digeridos por nuestra propia reflexión.